WES ANDERSON, EDITOR DE HISTORIAS
Quizás Wes Anderson siempre estuvo haciendo periodismo, o crónicas periodísticas, por más que su instrumento haya sido el cine. No tanto el periodismo como disciplina que informa y analiza la “realidad” -como objeto al cual tratar de analizar “objetivamente”, valga la redundancia-, sino como un set instrumental para rastrear o explorar distintas realidades. Es decir, una vía para encontrar y revelar historias, eventos y personajes. De ahí que podamos ver a La Crónica Francesa como un resumen casi enciclopédico de su cine y su mirada sobre el mundo.
El film está ambientado en la redacción de una revista estadounidense -inspirada en The New Yorker- con sede en Ennui-sur-Blasé, una ficticia ciudad francesa. El punto de partida del relato es el fallecimiento de Arthur Howitzer Jr. (Bill Murray), el fundador y editor del periódico, que había expresado en su testamento el deseo de que se suspendiera su publicación después de un último número de despedida, donde se vuelven a publicar distintos artículos de ediciones anteriores, junto con un obituario. Desde ahí es que la película despliega una serie de historias que son también, cada uno a su modo, distintas formas de amoldar diferentes subgéneros periodísticos con diversas capas estéticas cinematográficas. Anderson pone a dialogar el periodismo con el cine, pero con su sensibilidad particular, lo cual implica retorcimientos de formas y narrativas, además de una nueva oportunidad para explicitar su mirada sobre el mundo, y sus mundos.
Si en la filmografía de Anderson lo coral y la fragmentación siempre fueron factores relevantes -incluso en sus primeras películas, Bottlerocket y Tres son multitud, que eran mucho más concentradas y económicas-, lo de La Crónica Francesa ya es explícito y hasta constituye una declaración de principios. Incluso podríamos hablar de varios films dentro de uno, pero no como algo antojadizo, sino como una exploración de posibilidades narrativas, de relatos y vivencias por conocer. Es como si el realizador le estuviera presentando al espectador una selección propia, pero también invitándolo a hacer su propia elección, a dejarse llevar por los personajes, ocurrencias y hasta fragmentos que desee. Por eso es que también hay historias dentro de historias, desvíos que cada crónica se permite, desplegando distintos caminos y posibilidades, lo cual permite una constante mutación de estilos y tonalidades.
En esa elección definitivamente ética hay un riesgo obvio, que es la de caer en altibajos o enredarse en las mecanicidades del propio planteo. Por ejemplo, la historia protagonizada por Benicio Del Toro como un pintor homicida y demente que es descubierto por un mercader de arte interpretado por Adrien Brody es una maravilla absoluta, a partir de cómo fusiona múltiples variables -lo romántico, lo policial, lo cómico, lo insólito, lo irracional- con una inteligencia pocas veces vista. En cambio, la encabezada por Frances McDormand como una periodista que sigue los vaivenes de una revuelta estudiantil liderada por dos jóvenes encarnados por Timothée Chalamet y Lyna Khoudri, cae en unos cuantos desniveles, aunque termine encarrilando su apuesta sobre el cierre. Esas altas y bajas son también reflejos de las ambiciones y los saltos al vacío que concreta Anderson: es que La Crónica Francesa es no solo un homenaje al periodismo, sino también a Francia, lo que incluye su cine, en particular -pero no solamente- la Nouvelle Vague. En cada relato pueden detectarse elementos vinculados con cineastas como Eric Rohmer, Jean-Luc Godard, Francois Truffaut o Jean Eustache, pero no a la manera de una copia carbónica o una cita astuta, sino como herramientas destinadas a mostrar afinidades y a la vez cimentar la narración.
Con una interacción constante con otras artes, como la fotografía y la pintura, pero aferrándose de forma constante al cine como dispositivo esencial desde el movimiento y el montaje, La Crónica Francesa es una película reivindicatoria de un conjunto de valores que parecen estar casi extintos. Anderson parece estar diciéndonos, a su modo, cómo hacer periodismo, cómo hacer cine, cómo concebir el arte, la historia y lo que pasa en el mundo. Y, desde ahí, nos convoca a leer, a escribir, a estudiar, a saber, a preguntarnos qué sucede a nuestro alrededor. Es decir, a ser periodistas -desde el cine o cualquier otro arte-, a buscar, encontrar, escribir y hasta editar nuestros propios relatos.