La crucifixión, de Xavier Gens, es una de las encargadas de encabezar los estrenos de su género en la cartelera local, anunciándonos, tristemente, que, en lo que refiere a su modo de entender el terror, nuevo año no significa nuevas películas.
Quizás lo peor de las películas de terror de los últimos tiempos no sea que repiten tópicos. Sabido es que lo malo no es partir de un cliché. Lo malo es llegar a uno. “Otra película de exorcismos” no debería ser razón para, de por sí, despertarnos malos augurios sobre lo que está por venir. El problema es cuando la película no se encarga ni se interesa en desprenderse de ese hálito de insuficiencia. Es difícil encontrar puntos a favor en un producto que pareciera castigarse a sí mismo imprimiendo una historia ya vista, sin mínimas aspiraciones a ofrecer aristas novedosas y, esto es lo peor, sin ni siquiera estar a la altura de un mal cliché.
Repetir errores descaradamente y con un orgullo que insulta la inteligencia del espectador es mucho peor que repetir tramas.
¿Está este costado de la industria maldito o habrá que asumir que, resentido, luego de años de prejuicios, finalmente se volvió todo lo frívolo y desapasionado que los prejuiciosos de turno habían pronosticado?
La crucifixión es otra muestra de este cine sin corazón, cine enmarcado en un género que, en lugar de regodearse con altura en su innegable y creciente popularidad, decide, en su mayoría, abusar de ella y se muestra, por lejos, mucho menos pasional que sus seguidores que tienen que acudir a rebuscadas concesiones para poder validar la existencia misma de la obra. Como si eso fuera necesario. Como si aún estuviéramos luchando por despojar al terror de su carisma de hermanito menor y vulnerable que necesita que siempre se lo rescate.
Ya sos grande Terror, miralos a los ojos y deciles: “no me coman”.
Poseída por el demonio de la comodidad, La crucifixión se pasea por una historia que pareciera desconocer códigos y herramientas, con personajes y conflictos que no son estereotipos sino caricaturas desdibujadas y pretenciosas. Nicole Rawlins (Sophie Cookson), joven periodista, viaja a un pueblo aislado y atrapado en el tiempo, obsesionada con un caso que la relaciona directamente con sus dilemas personales: una monja apareció muerta tras un confuso episodio de exorcismo. ¿Realmente murió esa monja por culpa de una posesión? ¿Hubo “mala praxis” por parte del cura de turno y su congregación? ¿Qué fue lo que sucedió realmente? ¿Descubrir eso podrá ayudar a Nicole a asimilar y superar sus conflictos con la fe?
Los fieles adictos al terror seguirán subidos a la cruzada de soportar aberraciones con el argumento de que, a veces, hay que valorar las buenas intenciones de los que mantienen vivo al género, sin percatarse de que entregan sus almas a demonios audiovisuales que usurpan el cuerpo sólo para violentarlo, desgastarlo hasta el cansancio, destruirlo.