Juguemos al Lobo
Es la filmación de un partido de un juego del que no se explican las reglas, con actuaciones pésimas.
Mafia -y sus variantes Asesino, Lobo, Shinobi- es un juego para ocho o más participantes. A cada jugador le toca un personaje que los demás ignoran. Durante la “noche”, todos cierran los ojos y “se despiertan” los dos -o más- “asesinos”, que eligen a una víctima. Después, todos abren los ojos, el moderador informa quién “murió” y los sobrevivientes deben descubrir a los responsables del crimen. Es un juego de argumentación: cada participante se basa en mínimas pistas -actitud sospechosa, algún ruido escuchado durante la “noche”, lo que fuere- para acusar a algún otro de asesino; los acusados deben defenderse y contraatacar. Tras un rato de discusión, se vota: el más votado revela su identidad y queda fuera del juego. Y así hasta que los “asesinos” son descubiertos o mueren todos los “civiles”.
Si esto se parece a un manual de instrucciones es porque para entender qué está pasando en La cuenta es imprescindible conocer las reglas (que no se explican). Todo se desarrolla durante un partido de Mafia: hay once jugadores sentados alrededor de una mesa y, ronda a ronda, cada uno de ellos va “muriendo”; mientras tanto, vemos los debates que tienen tratando de descubrir a los asesinos. Al estilo de Los diez indiecitos, se supone que aquí hay alguien en las sombras -el moderador- detrás de una suerte de experimento siniestro: todos los participantes están conectados a un suero intravenoso.
Jugar a la Mafia es adictivo: suena a gran idea rodar una película basada en el juego. Pero ver un partido filmado no tiene ninguna gracia. Y menos cuando las actuaciones son tan amateurs. Los espectadores nos quedamos afuera: sólo vemos a once personas discutiendo y gritándose. Entre ronda y ronda hay, además, imágenes que pretenden ser misteriosas y sólo son desconcertantes e inconexas. Si suele ser preferible participar que mirar, aquí no quedan dudas: antes que ir al cine, mejor juntarse con amigos a jugar al Lobo.