El desencanto de la aristocracia uruguaya
La vida de Jorge y Elena parece un sueño: una enorme chacra en las afueras de Montevideo, un asado y toda la familia alrededor. El problema es lo que hay debajo de aquella imagen idílica. Ese “debajo” saldrá a la luz a lo largo de los poco más de 80 minutos de La culpa del cordero, ópera prima del hasta ahora publicista uruguayo Gabriel Drak.
La culpa de cordero esfuma su idea larval de establecer un retrato aristócrata. Retrato que debería haber sido fino, delicado, casi implosivo, pero que deviene en barroco debido a la sobrecarga de situaciones que abarcan desde infidelidades y estafas hasta negocios turbios, haciendo que todos y cada uno de los integrantes de la mesa familiar tienen algo que esconder. Drak tampoco acierta al construir un guión demasiado preocupado por que cuadren todas las aristas de sus personajes, obligándolos por momentos a explicitar oralmente las motivaciones de sus acciones. Así, las evidencias del pasado, siempre latentes pero invisibles, aquí están demasiado preocupadas por hacerse carne. Y no precisamente a la parilla.