Pensaba al salir de sala, que cuando uno concurre a ver teatro aficionado, indefectiblemente las expectativas no son las mismas que cuando se concurre a una sala comercial, con un elenco probado de lujo y dinero de más en la producción y en la puesta. Los resultados pueden ser mejores si buscamos ver una obra simple, pequeña, y se le pueden perdonar determinados deslices o desajustes. Algo similar sucede al espectador cuando está frente a una película como "La culpa del cordero", no es la sensación de un cine independiente, ni menos clase B o Z, pareciera cine aficionado. Como esos videos que uno filma cuando se va de vacaciones o más propiamente tiene una reunión familiar; y esto de por sí no debería ser malo, hay probados casos de películas excelentes con esta mecánica. Los problemas con esta ópera prima de Gabriel Drak son otros, más indisimulables, veamos.
Elena (Susana Groissman) recibe a sus cuatro hijos y a su yerno para pasar un domingo en familia, su esposo, Jorge, con el que llevan casados más de 35 años, está por llegar y se disponen a comer el cordero asado del título. Pero la tensión y los secretos se sienten desde el principio, y cuando Jorge (Ricardo Couto) finalmente arribe esté les tiene unas cuantas sorpresas para revelar. En este punto se hace muy difícil no adelantar nada de la trama, solamente voy a decir que cada uno guarda su muerto en el placard (algo que se adivina desde el comienzo) y que la situación irá de mal en peor, de grave a gravísima. Vale decir que sumados a estos siete personajes se tiene que contar además con la niñera del matrimonio que tiene un bebé (a la que alojan en una especie de casa de huésped) y al, parrillero que va y viene, y sí, estos también tienen tela para cortar.
Películas como "La culpa del cordero" se han visto repetidas veces, las reuniones y problemas familiares son un tópico general tanto en el cine, como en el teatro o la literatura; y aún así nunca parece acabarse y siempre hay algo original para aportar. Aquí podría emparentarse con "La Celebración" de Thomas Vinteberg y la local "Esperando la Carroza 2", mucho de su temática la vamos a encontrar. Pero el punto que la vuelve trillada, más allá del poco aporte a la originalidad, es la acumulación; de clichés, de situaciones, de desgracias, de problemas, de “secretos”.
Drak, que también oficia como guionista, pareciera querer lograr un fresco del vacío de la alta sociedad uruguaya o rioplatense, y en parte lo logra, hay momentos pequeñas situaciones (como el trato de Elena con la niñera) que funcionan como una elipsis, y no necesitan del subrayado para darse a entender; pero sobre el resto, todo parece demasiado exagerado, y a la larga muy poco creíble.
La cuota actoral tampoco ayuda demasiado, los actores, algunos con probada eficiencia como Groissman y Couto, actúan libremente como si no tuviesen marcación, y pelean ( y pierden) frente a parlamentos muy difíciles de sostener; es aquí dónde más se siente el clima de aficionado; la sensación de estar viendo a no actores (como los que “utiliza” Carlos Sorín o Alberto Lecchi) pero con diálogos construidos forzosamente. Misma suerte corre el trabajo de cámara, varias veces dejando situaciones fuera de foco o convirtiendo hechos en irreales.
Tal vez un tono más inclinado hacia la comedia grotesca hubiese servido para compensar las dificultades interpretativas de parte del elenco y la inverosimilitud de los hechos, pero no, cuando uno más se ríe parece ser en momentos involuntarios, y ya se sabe eso es fatal.
No caben dudas que La culpa del cordero es un film fallido, quizás sus intenciones fueron nobles, pero el resultado se queda a mitad de camino y no logra reflejar lo que ser pretende. Sobre el final, en la última frase que se pronuncia, Jorge dice, sobre una foto (y aludiendo a su familia) “He visto mejores y más lindas”, y esas seis palabras definen toda la problemática de lo que debe afrontar el espectador.