Emblemas sin vida
El de la familia burguesa que esconde pilas de cadáveres en el ropero es un tópico tranquilizador y no revulsivo, como tiende a creerse, ya que le brinda al espectador de clase media el premio consuelo de “descubrir” que los ricos seguirán siendo ricos, pero al menos son malos. Tan tranquilizador, que es uno de los caballitos de batalla del más conservador de los géneros audiovisuales, la telenovela. Recordar Dallas o Dinastía, por ejemplo. O poner Canal 9 ahora mismo. En lo que el film uruguayo La culpa del cordero difiere radicalmente de las telenovelas es en el tono, el registro dramático. Que no apunta a la sobredramatización, la exageración y la catarsis, sino, por el contrario, a una contemplación tan calma, reposada y libre de accidentes como parecería estarlo la vida de la familia protagónica. En otras palabras, la película escrita y dirigida por Gabriel Drak luce una estética burguesa, en lugar de una populista.
La situación central es la clásica de la reunión familiar, tras un tiempo sin verse. Papá Jorge y mamá Elena convocan a sus cuatro hijos a un almuerzo al aire libre en la quinta familiar, para darles una noticia. “Queríamos avisarles que nos separamos”, dice papá, a quien el resto de la familia le reprocha su afección a los chistes estúpidos. En realidad, lo que querían anunciar era que venden el departamento de Montevideo y se mudan allí, según mamá el sueño de toda su vida. Papá se ocupa del cordero a la parrilla. Y del whisky, que carga con demasiada frecuencia en el vaso. Será por eso que ya desde antes de sentarse a la mesa se le va soltando la lengua, con dosis crecientes de bilis irónica.
La ternura por la nieta, los juegos y risas entre hermanos, alguna línea de merca, el manotazo de uno de los hermanos a una billetera ajena, una fellatio extramatrimonial y, de allí en más, lo más parecido al “juego de la verdad” que pueda imaginarse, con papá como maestro de ceremonias. La mecánica dramática se reduce, a partir de ese momento, a una lisa sucesión de destapamientos de ollas y facturas pendientes. Al proveer referencias históricas bien concretas sobre la política económica del país vecino durante los últimos veinte años, La culpa del cordero apunta a señalar a esta familia como emblema del Uruguay pre Mujica. El problema es que si no se los rellena, los emblemas no tienen vida: son puras entelequias.