Notable semblanza para retratar sin concesiones una familia universal
Cuando hablamos de teatro transformado en un hecho cinematográfico no se debe necesariamente a la adaptación de una dramaturgia a este formato. Hay casos en los que se percibe cierta teatralidad en la propuesta, como si uno pudiera imaginar una puesta escénica a partir de una película, acaso Ingmar Bergman y Woody Allen serían claros ejemplos.
Mucho de esta idea está presente en “La culpa del cordero”.
He aquí un drama familiar retratado sin concesiones, sin estereotipos televisivos, y despojado de la construcción cinematográfica tradicional, al menos no como único recurso dramático.
En la primera escena de esta pequeña y notable película uruguaya, entendemos que una adinerada pareja de (ahora) abuelos está organizando, desde temprano, un asado para recibir a sus cuatro hijos por tercera vez en “demasiado poco tiempo”, para su gusto.
El motivo será constantemente anunciado como el “festejo” de “algo”. Dos pares de comillas que pretenden sacar ambas palabras de su significado etimológico. De esto se ocupará, y muy bien, el texto cinematográfico dirigido por Gabriel Drak.
Que los trapos sucios se lavan mejor en casa es tan cierto como la necesidad de sacarlos al sol para secarlos. Bajo esta consigna el realizador se propone una visceral destrucción de los vínculos familiares, a partir de una figura envidiable como es la de observar una familia a la que, en términos materiales, no le falta nada. Parecen salidas de una propaganda de la AFJP.
Lo que se supone una vida perfecta a partir del poder adquisitivo, elemento clave en la historia, se va transformando a cada minuto mientras la oscuridad de “lo no dicho” (de eso no se habla) crece como una olla a presión a punto de estallar. Al mismo tiempo, la narración trabaja en la mente del espectador para convertirlo en una suerte de Gran Hermano, testigo y observador, de la decadencia de los mandatos, pues todos los integrantes tienen mucho para decir y a su vez, mucho para admitir.
Hermanos, cuñados, hijos, abuelos, sobrino, tíos, padres… cada integrante tiene su relación con estos rótulos que lentamente irán desapareciendo en términos de su valor específico. De lejos…son observados por un cordero… al asador. No parecen azarosos los planos de la mesa (repleta o vacía), mientras el animal enfrenta su destino.
En este punto es donde recala la virtud principal de la obra. Gabriel Drak no juzga a sus personajes, pero tampoco intenta redimirlos. La cámara se instala alrededor de la mesa y va intercambiando posiciones sin que esto signifique tomar parte. Esto le toca al espectador, si es que se anima a arrojar la primera piedra, porque el extremo de situaciones al que se llega en “La culpa del cordero” casi no deja lugar a las excepciones en lo que hace a los ejemplos de criaturas integrantes de cualquier seno familiar.
Técnicamente la realización es impecable, salvo por algún pequeño desajuste en la dirección de fotografía cuando busca la hegemonía entre exteriores e interiores, como si denotara distintos días en los que estos últimos se filmaron (un detalle para esnobs en realidad, disculpe)
El elenco es brillante. Acá hay un gran mérito en el casting de actores porque no solamente cabe mencionar los grandes trabajos de Mateo Chiarino, Ricardo Couto, Lucía David de Lima, Rogelio Gracia, Mariana Olivera, sino que también los demás partícipes denotan la capacidad de cada uno para dejarse dirigir y formar una familia absolutamente creíble, factor sin el cual el resultado final habría sido imposible.
Búsquela en la cartelera. El esfuerzo será premiado.