Los primeros 25 minutos de “La culpa” son electrizantes. Un agente del 911 (en realidad en Dinamarca es el 112) atiende un par de casos rutinarios hasta que le entra un llamado que lo deja al borde de la desesperación: una mujer llama al número de emergencias simulando hablar con su hija, dado que está secuestrada a bordo de una camioneta con un hombre armado.
El director y guionista Gustav Moller se las ingenia para que sólo utilizando primeros planos de un hombre al teléfono generar tanta tensión. El montaje, la ascética dirección de arte y, sobre todo, la actuación de Jakob Cedergren, contribuyen. Pero al estar la totalidad del film basado en un mismo recurso, a medida que pasan los minutos y el guión se torna más complejo, la armazón empieza a dejar ver los hilos, sobre todo a medida que el argumento devela distintos problemas que tiene el protagonista, y que lo empujan a obsesionarse con el caso de la mujer secuestrada.
Si bien no logra mantener un suspenso parejo, nunca deja de ser interesante como un raro tour de force dramático policial diseñado para el lucimiento de un único actor.