Al otro lado del teléfono
Un hombre en una única locación en tiempo real. Son los elementos mínimos que utiliza la película danesa La culpa (Den skyldigeaka, 2018) para construir un relato de máxima tensión cinematográfica. El mundo interno y el externo se fusionan en este thriller que no da respiro.
Asger Holm (Jakob Cedergren), es un ex oficial de policía que atiende el servicio de emergencias tras ser suspendido por un delito que desconocemos. Al día siguiente es el juicio en el que deberá testificar lo ocurrido. Mientras tanto, pasa sus últimas horas en el call center policial atendiendo llamadas de auxilio. Una de ellas es de una mujer que acaba de ser secuestrada y transportada en una camioneta blanca. La obsesión por resolver el caso y lograr una suerte de redención personal, se apodera del protagonista.
Este tipo de género “a contrarreloj” narrado en tiempo real llega a los límites del verosímil, puesto que las excusas para mantener “encerrado” al personaje principal todo el film van agotándose poco a poco. 12 hombres en pugna (12 Angry Men, 1957) y Fail safe (1964), ambas de Sidney Lumet, son algunos casos gloriosos. La culpa trabaja al límite este recurso y supera el obstáculo porque usa el sonido para completar una historia que no vemos.
Aquí el juego audiovisual supera a su par hollywoodense 911 Llamada Mortal (The Call, 2013) con Halle Berry, porque no se trata de mostrar sino de entender los sucesos como una parábola: aquella que mezcla el conflicto interno de Asger (propio de un cine europeo) con el llamado de auxilio. Asger es acusado y por eso debe declarar al día siguiente pero también es acusador al interpretar la ayuda de la mujer secuestrada. En ese rol salta la vaya no para solucionar el auxilio solicitado sino para buscar su propia salvación.
La película de Gustav Möller pone al espectador en el punto de vista de Asger, accedemos a la información con él y sabemos lo mismo e incluso menos que el protagonista. Juzgamos los hechos con la misma distancia que el afectado protagonista. Al no ver los hechos los imaginamos pero siempre a través del filtro subjetivo del protagonista con quién nos identificamos en su afán de ayudar al prójimo, aunque percibimos cierto abuso de poder en su comportamiento.
La culpa es una película inteligente, no sólo como recurso económico de producción, sino por explotar en su máxima expresión sus cualidades cinematográficas: convierte en virtud aquello que en otro film sería una carencia. El conflicto se transforma en McGuffin y el espacio adquiere toques expresionistas que visibilizan “la culpa” del título.