Un hombre y un teléfono.
Este danés se llama Gustav Möller, tiene solo treinta años y ha rodado su primer largometraje con un hombre y un par de teléfonos, convirtiéndose en un maestro del suspenso. La Culpa (The Guilty), una de las películas más potentes de los últimos meses, ha conquistado a la crítica y sobre todo al público que le ha otorgado sus premios en los festivales de Sundance (cine independiente) y Rotterdam 2018. En el de Valladolid (Seminci) le entregaron el Premio al Mejor Guión.
Un premio más que merecido. El impecable guión de La Culpa narra una historia de suspenso aterrador, enteramente basada en los sonidos, que sucede en tiempo real durante algo menos de hora y media, con un personaje central, el exoficial Asger Holm, destinado (¿castigado?) a atender un centro de llamadas de emergencia, un 112, mientras se decide su futuro en un juicio por homicidio. Hora y media de cine negro y minimalista en la que el autor va construyendo primero, y después deconstruyendo, el personaje de ese policía paso a paso, matiz a matiz, mientras la acción transcurre fuera y el espectador va creando sus propios protagonistas en base de los diálogos del policía con los sucesivos interlocutores del otro lado de la línea.
Asger Holm es el policía que pasa la jornada recibiendo llamadas que denuncian robos o accidentes, ocupándose de borrachos y drogadictos que recurren a emergencias cuando tienen una crisis. Hasta que llega esa llamada de una mujer que parece aterrada, que habla de forma incoherente, pide ayuda, le llama “cariño” dando a entender que se dirige a una niña, y se niega a colgar.
Asger deduce que la han secuestrado, que se la llevan en un coche, y recurre a sus compañeros de distintas unidades para intentar encontrarla. Empiezan las persecuciones, los rastreos con GPS, las consultas a los archivos policiales, las llamadas a números de teléfono que van apareciendo a medida que se amplían las pistas, minuto a minuto se va construyendo el relato de la historia de la mujer, su pareja, los hijos solos en casa… pero no vemos nada de eso, la película no sale del centro de emergencia alumbrado por los tubos de neón, la cámara no se mueve del rostro de Asger y su centralita. Y nosotros aprendemos a interpretar las voces, a distinguir las entonaciones, a establecer los grados de interés, de duda, de confusión, en el drama que está ocurriendo en algún lugar, allí fuera… Mientras, aquí, el espectador está clavado en su butaca.