Un teléfono suena en una pantalla oscura y se ilumina cuando un hombre contesta la llamada con la expresión “Emergencias”. Del otro lado se escucha una voz jadeante. De nuevo oímos “Emergencias, dígame” y entonces, sin dejar de jadear, alguien responde “ayúdenme”.
Consumidores de drogas, algún hombre que presuntamente ha sido asaltado por la prostituta a la que él mismo le solicitó servicios o la voz desesperada de una mujer que en ese momento está en el auto de quien la secuestra forman parte de la cotidianidad de Asger, policía sancionado por una posible falta grave al reglamento y que por lo mismo está confinado a Emergencias de la Policía de Copenhague a la espera de la resolución que resulte del proceso que lleva adelante la investigación interna.
Asger desarrollaba su actividad policial en las calles, recorriendo Copenhague en algún patrullero y de ese modo participando de las acciones más fuertes de la lucha contra el delito. Por lo mismo, su traslado a Emergencias se asume, tanto por la autoridad y el mismo, como un castigo. En diálogo con su jefe anterior queda de manifiesto la desvalorización que existe en torno a ocupar el lugar de Operador de la sección de Emergencias. Pero pronto Asger descubrirá la importancia que tiene esa sección tanto para la comunidad como para él.
En el nuevo destino laboral el policía habrá de comunicarse por teléfono con las personas que requieran ayuda y sus únicas herramientas serán la palabra, una pantalla de un ordenador en la que aparecen los planos de la ciudad y puntualmente el lugar donde se encuentra la persona que pide el auxilio.
El prolongado intercambio telefónico entre Asger e Iben y Asger y Mathilda, la hija de aquélla, tienen como propósito explícito el intento del policía de Emergencias por salvar las vidas de los integrantes del núcleo familiar. Pero las acciones inmediatas destinadas a proteger la familia, el ir y venir de esa dramática conversación entre Iben y Asger, y el descubrimiento de un asesinato, van hilvanándose hasta revelar otro proceso, más profundo y menos explícito, que se desarrolla por debajo de las vicisitudes del secuestro del que es víctima Iben. Y ese otro diálogo mudo, en ese trueque no totalmente consciente que operan las subjetividades del policía y de la mujer secuestrada, ya no se trata de manera exclusiva del rescate de Iben.
¿Cómo se expían las culpas? ¿Es el castigo externo la única vía de la reparación por la falta cometida? ¿Acaso la expiación interna forma parte del auténtico arrepentimiento? ¿Podemos aceptar que “hacer el bien” a otro se considere una acción reparadora de la falta cometida? ¿Compartir las culpas puede ser un camino para la expiación?
Con enfoques de primeros planos o medios del policía y algunos otros generales, todos ellos obtenidos con una cámara que rota alrededor de él, Moller crea la columna vertebral de La culpa. El director genera el suspenso y los sostiene a lo largo del film con un único protagonista: Asger. Su rostro, la muy cuidada gestualidad, sus manos que en su conjunto están obedeciendo al devenir de los sucesos, así como el relato de los interlocutores y sus mandatos para tratar de salvar vidas, todos ellos los recursos que, tanto hacen avanzar la película como también le confieren dramatismo y un constante clima de zozobra que domina el relato. Al avance de los diálogos telefónicos se suman cambios en la ubicación física de Asger, la ira que exhibe ante el fracaso momentáneo de sus esfuerzos y de una manera especial el uso de la luz. Y esto último, luminosidad u oscuridad que reciben las diferentes situaciones, colaboran decididamente en la consolidación de las atmósferas que presenta el relato.
Una vez más el cine de los países nórdicos vuelve a sorprendernos con una película que desafía a los espectadores. Entre las múltiples razones que hacen a ‘La culpa’ un film provocador está su muy original factura. Se trata de un thriller no convencional, una película de suspenso que no recurre a los caminos tradicionales del género. Entre sus novedades destaca la de sostenerse con un protagonista único en la pantalla y otros personajes a los que conocemos solo por sus voces.