Hay ciertos thrillers que se basan en la idea de un solo personaje puesto en una situación de riesgo y de tensión, que se sostiene a lo largo de toda la duración del filme. Casos como “Enterrado” con Ryan Reynolds, “All is true” con Robert Redford, “127 horas” de Danny Boyle con James Franco o la inédita “Locke” con Tom Hardy, son algunos de los ejemplos de este subgénero del thriller en el que también podríamos enmarcar en cierto modo a “LA CULPA”, la película debut de Gustav Möller, que llegó a estar entre las candidatas pre-nominadas al Oscar 2019 a la Mejor Película Extranjera, como representante de Dinamarca.
En este caso, la presencia casi excluyente en la pantalla es la de Asger Holm (encarnado por Jakob Cedergren) un policía que tiene una particular capacidad al desarrollar sus funciones en su puesto de operador del servicio de emergencias.
El capital con el que cuenta Möller para contar su historia, es el rostro comprometido de Cedergren y sus reacciones ante una llamada de auxilio con un relato completamente en tiempo real y que se sostiene con la potencia de lo que se escucha desde un simple auricular.
Sólo con su rostro y la tensión que se va generando a través de esa llamada que vamos escuchando al detalle narrando ese momento de emergencia extrema, el guion del propio Möller y Emil Nygaard Albertsen va estructurando toda la historia, que, tal como sucede con los ejemplos antes citados, tiene la enorme virtud de atraparnos desde las primeras imágenes y sumergirnos en ese universo de percepciones y amplificación de los sentidos donde cada momento de la llamada, cuenta.
Así es como el planteo inicial de un solo personaje encerrado en único espacio comienza a desvanecerse y no ser tan importante a medida que los planteos que hace “LA CULPA”, mientras la historia avanza, comiencen a aparecer.
Si bien la estructura con la que se sostiene la historia es la de un thriller convencional, Möller va trabajando su ópera primera con un clima sumamente introspectivo y permitiendo que se conozcan datos del personaje central, de sus zonas más íntimas, de sus propias miserias que hacen que rápidamente el relato de suspenso e intriga, se convierta en una parábola moral de múltiples lecturas y de toma de posiciones.
Si bien tanto el montaje como todo el preciosismo técnico están puestos al servicio de la acción de forma tal que como espectadores las imágenes no sean reiterativas, sino que ha logrado evitar casi enteramente la repetición de planos y que el ritmo de la película no decaiga, el relato central jamás abandona la receta más apegada al thriller, pero el gran juego del director pasa absolutamente por otro lado. Möller apunta sus cañones a las zonas más oscuras de Asger, todos esos complejos aspectos del protagonista, al que el relato no le pierde pisada.
Cada uno de los datos que van completando la información referente al personaje, hace que la historia cobre un sentido diferente para alejarse del cine de género e ingresar en un terreno donde se dirimen cuestiones éticas, morales y evidenciar las propias limitaciones de Asger, aun cuando él las niegue.
¿Es posible despegarnos de nuestros propios prejuicios y preconceptos a la hora de dar una lectura de nuestro mundo? ¿Hay situaciones donde nuestro ego y nuestra supuesta búsqueda de perfección terminan jugándonos una mala pasada? ¿Hay que poner en duda nuestro primer impulso o hay que seguir el instinto de esa primer sensación, de ese primer sentimiento, a cualquier precio? ¿Es sencillo poder aceptar que todo lo que hemos construido puede haber sido un gran error y desandarlo?
La principal virtud del filme de Möller es justamente abrir estas y otras tantas preguntas sobre nuestras propias zonas más complejas, sobre nuestro ego, sobre nuestro preconceptos. Sobre cómo nuestro esquema mental (lo hacemos inclusive como espectadores que vamos tomando partido a medida que avanza el relato y acompañamos en cierto modo a Asger y todas sus vivencias frente a un caso complejo) condiciona inevitablemente todo lo que pensamos y que, muchas veces, pensando que estamos en lo cierto, comienza a dispararse un mecanismo de toma de decisiones sobre la base de sentencias equivocadas y lo correcto termina poniéndose completamente en duda.
El guion va imbricando las diferentes partes de la historia, con giros muy bien pensados que si bien no dejan de cumplir con el fin de ser efectistas y funcionales al relato, van demoliendo cualquier pensamiento preconcebido para obligarnos a reconstruir la historia, paso a paso, desde un nuevo punto de vista.
Sumado a todo este planteo ético del film, Asger deberá lidiar con su culpa.
Con la que trae de su pasado, la que se instala en su presente y la que, hasta casi inconscientemente, lo sigue condicionando en su accionar en el aquí y ahora: ese peso que en muchas ocasiones pensamos liberado y que, sin embargo, vuelve a hacerse presente y en situaciones extremas, aparece una vez más.
Sorprendentemente, por una vez entre las miles que las traducciones de los títulos subvierten completamente el sentido del filme, llama la atención que del original “Culpable” en este caso se haya elegido que el film de Möller se estrene con el título de “LA CULPA”. Parece ser casi lo mismo, pero la sutil diferencia es enorme y le hace muy bien a la película y al debate que seguramente abrirá en cada uno de los espectadores terminado el film.