VER ES BUENO, IMAGINAR ES MEJOR
La imaginación es un campo frondoso que va mucho más allá de lo que el humano pueda expresar. Gustav Möller se apoya en eso para invitarnos a jugar con nuestros sentidos. La culpa es un film que nos envuelve en incertidumbre y nos hace dudar de lo que pensamos.
Asger es un policía que está en el puesto de atención telefónica para emergencias. No sabemos mucho de él, pero ya desde el principio lo vemos tenso e incómodo. Al entrar a su despacho la llamada de una mujer pidiendo ayuda lleva a que él haga todo lo posible para poder salvarla de un posible secuestro, aun teniendo que romper con ciertos protocolos. A medida que avanza el film vamos conociendo un poco más sobre Asger. Son sus acciones las que más información nos dan sobre quién es este personaje. Y aunque luego se aclaran algunos datos relevantes, todo el tiempo se nos lleva a un campo de duda, en el que no se logra tener certezas duraderas.
La culpa se desarrolla en una oficina. Solo hay un cambio de lugar, pero ahí adentro. Asger pasa de estar en un escritorio rodeado de colegas a entrar, a tan solo unos metros, a un lugar cerrado en el que está sólo con la computadora. Pero más allá de eso el film se desarrolla todo en un mismo lugar. Sin embargo, la acción y la historia recorren muchos lugares en la imaginación de los espectadores. Las voces, los ruidos y los silencios componen una persecución admirable, en la que uno no puede hacer más que dejarse llevar por la curiosidad y el instinto humanitario.
De esta forma, se construye una cercanía con el protagonista que permite justificar sus actos poco convencionales para el trabajo. Al mismo tiempo, la experiencia que vive a partir de la llamada nos permite conocerlo desde sus contradicciones y aun así tomarle cariño. Asimismo, las idas y vueltas que plantea la película son el gran eje que mantiene en vilo la intriga. Todo lo que se escucha en la llamada telefónica toma forma en la imaginación casi de forma automática y es eso lo que aprovecha el director para lograr sus engaños.
La culpa, desde el principio, invita a un recorrido por lugares que no siempre son tan aprovechados por el cine, sí por la radio o la literatura. Los personajes que llegan mediante la voz de las llamadas toman forma a partir de nuestras expectativas y conocimientos previos: no los vemos, pero cada espectador les da un rostro.