Alguien sugirió, no mucho tiempo atrás, que habíamos abandonado las sociedades disciplinarias por una nueva conformación de estas, signadas ahora por el control. El seguimiento de los otros es ahora al aire libre; no hay límite para la precisión satelital: un teléfono prendido basta para localizar a cualquier transeúnte. La proeza del film de Gustav Möller pasa por situar su relato en dos oficinas de un destacamento policial en el que se reciben llamados de urgencias. Los llamados pueden ser por robo, desesperación existencial o también secuestros. A juzgar por cada uno de los llamados, “algo está podrido en el Estado de Dinamarca”. Nadie llama por el extravío de un gato. El film se articula a propósito de un pedido desesperado: una mujer dice estar secuestrada, y el policía en cuestión, único protagonista principal en cuadro, intentará todo lo que esté a su alcance, desde su posición inmóvil, para rescatarla. Hay una trama secundaria que concierne al protagonista, quien al día siguiente deberá presentarse en un juzgado por un dudoso desenvolvimiento en servicio. El titulo del film deriva de ese dato, y es casi una distracción. El ingenio narrativo de La culpa es tan ostensible como discreto. Möller desarrolla una poética de gran vigor estético, que se beneficia de un trabajo preciso en todo el orden sonoro y donde la mayoría de los personajes permanecen en fuera de campo y son decisivos. La economía de recursos es evidente, y lo mismo puede decirse de la sagacidad combinatoria de lo que se dispone a la vista y lo que se escucha. A ese principio de composición se suman un ritmo parejo de montaje y la buena performance del intérprete excluyente del film. Hay un giro inesperado en el relato que extiende un poco más el suspenso requerido, hasta que la moraleja viene a reordenar simbólicamente el caótico microcosmos hasta ahí representado. El voluntario veredicto de la trama no es esencialmente del todo luminoso: en el corazón del sistema aún resplandece una discreta luz de humanismo, una ilusión comprensible en un tiempo en que todo es susceptible de seguimiento y vigilancia.