Lazos de Sangre
En una casona tan antigua que vive y respira, cuya aristocrática decrepitud se refleja también en quienes la habitan, conviven pasiones y horrores del pasado y el presente. “La Cumbre Escarlata” (o carmesí, en el título original) debe su nombre al suelo de arcilla que todo lo tiñe de rojo sangre, coronada por la suntuosa propiedad y convenientemente alejada de toda civilización.
Cuando sus moradores, los hermanos Thomas y Lucille Sharpe, se ven obligados a salir en busca de la salvación financiera que necesitan, cruzan sus caminos con la joven Edith Cushing (Mia Wasikowska), una aspirante a escritora de la alta sociedad americana. Hija de un comerciante que hizo fortuna a base de arduo trabajo, Edith reniega de la frivolidad de la clase a la que pertenece, y prefiere dedicar su atención a las letras en lugar de a sus pretendientes. Pero sus convicciones palidecen ante los encantos del británico Thomas (Tom Hiddleston) y los trágicos giros que toma su vida luego la llegada de los Sharpe.
Con esta premisa, la nueva película de Guillermo Del Toro se debate entre el terror y el romance gótico, enmarcados en la evidente pasión de su realizador por el género. Con un diseño de producción deslumbrante, el despliegue visual que acompaña a esta historia se convierte en su verdadero y absoluto protagonista, en detrimento de la trama.
Jessica Chastain destaca por momentos en el papel de la cuñada cuyo amor fraternal oculta algo perverso, pero en general las actuaciones son bastante medidas y los personajes se funden con el ambiente acartonado que los rodea. Cuando el drama finalmente se desata y el suspenso da lugar a la acción, ya estuvimos demasiado tiempo en la butaca intuyendo los misterios, y todo se vuelve bastante predecible y poco efectivo. Especialmente las interminables tomas de esos fantasmas que deberíamos estar imaginándonos.
“La Cumbre Escarlata” echa mano a recursos clásicos del género, percudidos por una pátina que los despoja de su efecto para el espectador moderno. Sin embargo, la impecable técnica y belleza que rodean al producto final pueden lograr que valga la pena dejarse cautivar durante esas dos horas.