Por un puñado de sangre
Luego de un hiato en el que jugó con superhéroes monstruosos y robots gigantes, el director Guillermo del Toro finalmente regresa al horror gótico de El espinazo del Diablo (2001) y El Laberinto del Fauno (2006). Su nueva película es La cumbre escarlata (Crimson Peak, 2015), un impúdico homenaje al cine de terror de los 50s y 60s inspirado por la lectura de Edgar Allan Poe. Con un diseño de producción impresionante y dirección artística y fotográfica preciosa, la película termina siendo de una banalidad decepcionante, considerando el suculento currículo de su realizador.
La heroína es Edith Cushing (Mia Wasikowska), una lozana aspirante a escritora. Como toda heroína perteneciente a la élite americana de fines de siglo XIX – nos dice el cine – Edith ha leído a todo los autores que retrospectivamente han sido canonizados como representativos de su época (Austen, Shelley, Doyle), y le desagradan las “frivolidades sociales” que históricamente pocas mujeres cuestionaban. Tiene un pretendiente, un médico apuesto, gallardo y cordial que se lleva bien con su padre y es interpretado por Charlie Hunnam. Pero no, Edith sólo tiene ojos para el lúgubre, melancólico hombre misterioso que viste de negro y de quien cuyo padre desaprueba enfáticamente: el barón Thomas Sharpe (Tom Hiddleston).
Thomas desposa a Edith y se mudan al set principal de la película, una decrépita mansión en la campiña británica. Un agujero descomunal en el cielo raso deja caer hojas y nieve en el hall de entrada, y como la casa Usher, el edificio se está hundiendo lentamente. Ha sido erigido sobre una mina de arcilla roja, la cual recorre los pisos y las paredes como si fuera sangre surcando las venas de algo vivo. El parecido de la arcilla a la sangre es un símbolo que no escapa el entusiasmo de Del Toro, y usa y abusa de él: la sangre brota de los grifos, las paredes sudan sangre, y una pasta roja viscosa acolchona los tablones del suelo.
Pronto Edith está despertándose en medio de la noche y recorriendo los pasillos de la mansión, candelabro en mano, siendo acosada por fantasmas y descubriendo el terrible secreto que esconden su marido y su fúnebre hermana, Lucille (Jessica Chastain). Exactamente cuál es el secreto es algo que el espectador verá venir de bien lejos y no sorprenderá a nadie que entienda lo más básico de encuadre y lenguaje corporal. De hecho toda la información para descifrarlo se encuentra fácilmente en el primer acto. La cumbre escarlata es una película que banca más en la atmósfera que en la historia; en la pesadumbre gótica y los decorados temerosos.
Todo esto es una delicia de verse. Del Toro mezcla imágenes computarizadas y efectos prácticos sin costura evidente. Los actores han sido elegidos certeramente: Wasikowska ya está acostumbrada al papel de ninfa victoriana, Hiddleston ya está acostumbrado al papel de dandy meloso. El romance que se da entre ellos, y sobre el cual pesa gran parte de la trama, queda ensombrecido por 1) la mansión en sí, indiscutiblemente la protagonista de la película, y 2) Chastain, quien interpreta al personaje más interesante y desencajado de los tres.
Pero hay algo que no cierra: el contenido paranormal. Nunca se termina de justificar en relación a la trama. Dado que Edith ha transado con fantasmas desde pequeña, sospechamos que su personaje es más importante de lo que aparenta; dado que su nuevo hogar está colmado de fantasmas enlutados, sospechamos que la trama excede los agravios convivales de un trío de simples mortales. Una y otra vez la película decepciona con respuestas superfluas a preguntas intrigantes, y no aprendemos nada importante sobre nadie. Lo cierto es que la presencia de los fantasmas es puramente gratuita, y se podría contar la misma historia sin su interferencia, cosa que no habla bien de una película de terror.
Otra cosa que no habla bien de una película de terror: no hay sustos. No se maneja la sutileza necesaria para inquietar al espectador. Hay sobresaltos, momentos en los que se nos embosca con un ruido súbito o el primer plano de una calavera. Pero el resto del tiempo todo es tan obvio – la historia, los personajes, la simbología – que no se experimenta nada parecido al terror. Y así la película se queda en una tibieza macabra, dictada por la temática gótica con mucha elegancia y suntuosidad y puñaladas.