Guillermo Del Toro retorna a su género predilecto con La Cumbre Escarlata. Una carta de amor al terror gótico del siglo XIX.
Soy tu fan
Antes que cineasta, Guillermo del Toro (Titanes del Pacífico) es un friki. Un entusiasta – casi un enfermo – de todo lo relacionado a criaturas y cuentos fantásticos; un tipo que ha confesado caer en la bancarrota por invertir todos sus ingresos en animatrónics y bichos de goma espuma. Por suerte para él – y para nosotros – es esta afición justamente lo que hace a sus trabajos tan fascinantes y especiales. A diferencia de muchos de sus colegas, este director mexicano cuenta con la ventaja de poder embarcarse en proyectos que realmente ama; es un fan del cine de género, alguien que entiende sus reglas y a sus seguidores a la perfección. Por eso, cuando vemos una de sus películas, sabemos que estamos ante algo diferente, algo que con un toque especial; y su último largometraje no es la excepción.
La combinación de relato de época con fantasía ya había sido revisitada por el propio director con El Espinazo del Diablo y El Laberinto del Fauno. En aquellos films, el contexto histórico era el Franquismo en España y los elementos sobrenaturales funcionaban como alegoría política sobre el flagelo social circundante. En La Cumbre Escarlata, la decisión de situar el argumento en la Inglaterra decimonónica es absolutamente necesaria para establecer un tipo de narrativa enquistada en el gótico anglosajón. Y si bien no hay un comentario ideológico tan explícito, la inclusión de fantasmas y criaturas del inframundo no son más que manifestaciones bucólicas de los personajes. En otras palabras, si el conflicto antes era la falta de libertad, ahora es la falta de amor.
Otra vuelta de tuerca
La trama gira en torno a una joven aristócrata americana (Mia Wasikowska) apellidada Cushing – una clara cita a Peter – , desposada por un extraño barón inglés (Tom Hiddleston) y que ahora deberá experimentar una no tan placentera estadía junto a su nuevo marido y perturbadora cuñada (Jessica Chastein) en la abominable mansión que éstos poséen. El guión trata de instalar con la mayor solvencia posible las directrices del subgénero, ponderando el desarrollo de los personajes y sus tribulaciones existenciales por sobre los giros y las sorpresas tan comunes – y mediocres – a las que estamos acostumbrados dentro del cine de terror actual. Es otro enfoque, uno más cercano a un cuento de hadas retorcido, o más precisamente, a un cuento romántico que expresa el lado oscuro del amor en términos sobrenaturales. De esta manera, el motor que moviliza el argumento depende en buena parte de la actuaciones de sus tres protagonistas. El trinomio Wasikowska – Hiddleston – Chasstein consolida las pretenciones de sus guionistas con muy buenas performances, convirtiéndose así en una de las principales virtudes del film. El único desacierto en este sentido, es que el énfasis en la construcción de los personajes relega la elaboración de la historia, que puede llegar a ser algo predecible y mundana en comparacion con otras narraciones de este estilo..
Párrafo aparte para el diseño de arte, ingrediente que se destaca en todas las producciones de Del Toro y que aquí enmenda cualquier error que se le pueda encontrar a la película. La puesta contiene un grado de detalle impresionante, desde la utileria hasta la arquitectura pasando por la vestimenta. Ni hablar de los efectos especiales prácticos y los agregados por computadora que dan ese toque final para la composición de planos verdaderamente hermosos.
Conclusión
Si tienen la intención de ir a ver La Cumbre Escarlata con ánimos de encontrar sustos efectistas y violencia a rolete, lamento informarles que deben desistir de tales expectativas porque la última obra del director de Hellboy tiene muy poco o nada de eso. Ahora, si son fanáticos de Vincent Price y de autores como Henry James, Bram Stoker o Edgar Allan Poe; vayan corriendo al cine porque ésta es definitivamente su película.