Un cuento de horror gótico y romántico
Ambientada en los Estados Unidos y la Inglaterra industrialistas del siglo XIX, “La cumbre escarlata” es la historia de una joven escritora interpretada por Mia Wasikowska (la ex Alicia de Tim Burton), como Edith, una heroína que entrecruza la histeria freudiana y los valores victorianos.
Hija de un rico industrial de Búffalo, Estados Unidos, la joven es huérfana de una madre que murió de cólera cuando ella era muy pequeña y a veces la recuerda o cree verla en forma de espectro.
Feminista, impulsiva y romántica, Edith considera banales los estilos de vida de las jóvenes de su edad, centrados en asistir a reuniones sociales hasta encontrar un buen marido y casarse. Pero su vida recluida bajo el peso del apego a la figura paterna desaparece, cuando irrumpe un seductor emprendedor británico (Tom Hiddleston) en busca de financiamiento para desarrollar una máquina excavadora, capaz de extraer arcilla roja purísima, equivalente a un potencial tesoro. Y como buen cuento romántico, Edith se enamora de este misterioso joven a quien el padre se opone, viéndolo como un oportunista cazafortunas. Este personaje no está solo, sino siempre o casi siempre acompañado de Lucille (Jessica Chastain), su inquietante hermana.
La joven desoye todas las advertencias de su padre que desconfía del nuevo galán y se sumerge en lo desconocido, cambiando de casa y de país, con un vuelco de rumbo. Esta segunda mitad, inundada de colores y simbolismos, se enmarca en el subgénero de mansión decadente y embrujada, sin innovación sobre el repertorio de lugares comunes propios de las casas que respiran y sangran como objetos vivientes.
Festín visual
Al mismo tiempo melodrama gótico y casa encantada en movimiento, con algunos diálogos metafóricos como el de las polillas y las mariposas, la película busca un enfoque poético, con motivos y estilemas propios del gótico romántico, extremo y decadente.
También construye su eje psicológico respecto de los fantasmas como metáforas del pasado y hacia el final, como fantasmas emocionales que permanecen para siempre.
Diversas fuentes alimentan el guión y su estética, desde los clásicos de terror del cine británico, estadounidense y del sangriento giallo italiano, pero también de múltiples referencias literarias que van de Mary Shelley a Jane Austen, pasando por Emily Brontë y Edgard Allan Poe. Tiene mucho de Tim Burton en la estética gótica y del Hitchcock que filmó “Rebeca, una mujer inolvidable”, con el permanente enlace de romanticismo y terror.
Entre candelabros y telarañas se suceden engaños, trampas, envenenamientos, insectos devoradores, puertas que chirrían y un desenlace explosivo con mucho acero, sangre y nieve; se aprecia la belleza de los decorados, el vestuario y los efectos.
Es una pena que en “La cumbre escarlata” se produzca un paulatino desdibujamiento de los personajes: Mia Wasikowska, frágil, apasionada, se reblandece progresivamente junto a las vacilaciones de su amante y hasta el joven conocido de la infancia que aparece como “salvador”, que pretende rescatarla y se pierde en el fárrago final. Menos Jessica Chastain, con un protagonismo creciente que fagocita a todos los demás. Incluso los fantasmas pierden consistencia en su permanente contradicción. La historia de amor (y los diferentes tipos del mismo) tiene sus altibajos.
Algunas imágenes se vuelven muy poderosas sostenidas por la dirección artística, la fotografía y la atmósfera que sin embargo no evitan que el film se vuelva tedioso aunque deslumbre por lo magistral del espectáculo visual, en el que se apoya tanto que, de a poco, la historia se desangra y se fagocita a sí misma, aunque siempre concentrada en ser -eso sí- visualmente impresionante.