Cuando el rojo no es tan profundo
La Cumbre Escarlata (Crimson Peak) es otra marca en la lista del fanboy Guillermo Del Toro. Película de terror gótica con casa embrujada, check. Debo confesar que comparto las afinidades del director mexicano. Su manejo de la ciencia ficción, el fantástico y el horror, resulta hoy una de las cosas más gratas a nivel industrial. Por eso disfruté de La Cumbre Escarlata. Pero también, me dejó a mitad de camino. Al igual que en Titanes del Pacífico, se percibe cierto recorrido superficial del género. En su aventura de robots vs monstruos existía un espíritu juguetón (casi se podían ver las manos del director chocando los bichos gigantes) donde lograba apropiarse del kaiju y el animé. Utilizaba su liviandad para el entretenimiento. Entonces, las falencias del guión y las actuaciones pasaban a ser un elemento más de ese parque de diversiones. Lo esquemático jugaba a favor: era una película de robots y monstruos, no de humanos. Una de peleas al ritmo de un riff de guitarra.
El amor de Guillermo por el fantástico rinde frutos. Y aún con ciertas falencias, La Cumbre Escarlata resulta magnética. Uno de sus mayores aciertos viene de parte de sus actores. Hiddleston como Thomas Sharp es un héroe byroniano: conflictivo, oscuro, enigmático, sensual, romántico. El sueño húmedo de cualquier adolescente que ame andar vestida de negro. Jessica Chastain como su siniestra hermana Lucille está a la altura. Tanto cuando esta contenida como desencadenada, es un elemento de tenso deleite. El centro del relato es Edith Cushing, una Mia Wasikowska que por fortuna no falla. La australiana puede ser sumamente inexpresiva con una dirección equivocada (vean Alicia en el País de las Maravillas para descubrir lo mal que puede estar), en este caso logra empatía y sensualidad. Lo más flojo es Charlie Hunnan. Un paquete que ya había demostrado su escaso carisma en Titanes del Pacífico. Acá repite en ser la nada misma, por ahora no encuentra su lugar en la pantalla grande el rubio de Sons of Anarchy. Y por último: la casa, La Cumbre Escarlata. Bellamente construida, se siente la felicidad del director mexicano en la edificación de ese infierno personal.
El flagelo de La Cumbre Escarlata es su refinamiento visual, un cuchillo que se hunde pero no cercena la carne.
Otro tema es la historia que se elige contar. El desarrollo de los acontecimientos y el misterio a develar nunca nos traspasa la piel. El flagelo de La Cumbre Escarlata es su refinamiento visual, un cuchillo que se hunde pero no cercena la carne. Falta el terror visceral, la angustia de un tormento endiablado. Aún con la solidez de sus actores, nuestros sentidos permanecen imperturbables. Quizás en eso tenga que ver cierta ausencia de textura hemoglobínica.
Presa de su amor por el género, las referencias (hay dos claras a The Changeling/Al Final de la Escalera) y guiños (el apellido Cushing), La Cumbre Escarlata nos deja la sensación de que pudo haber sido mucho más. Posee la convicción de un bonito homenaje, pero no logra trascender para transformarse en algo terrible, borrascoso e inolvidable.