La montaña mágica
La cura siniestra es una película de terror que consigue crear un clima inquietante y más de una escena con destino de clásico.
Empecemos con por acá: a la media hora de película, hay un accidente automovilístico. La escena es importante para la trama por los acontecimientos que desencadena, pero no en sí misma. Gore Verbinski la podía haber filmado de cualquier manera. Podía, incluso, haber mostrado el impacto del auto contra el venado y nada más. Pero, en cambio, se engolosina construyendo una secuencia relativamente larga, con imágenes dentro y fuera del auto, magistral en su claridad para mostrar el caos de un accidente en el que las leyes de la física actúan como una ruleta rusa y un vidrio astillado puede perforar un ojo o dejar apenas un rasguño en la sien. Cuando sobrevienen la calma y el silencio, la secuencia no termina todavía: podemos ver al venado, rengueando moribundo, cruzando la ruta vacía.
En esta secuencia se cifran todas las virtudes y defectos de La cura siniestra. Las virtudes: un manejo extraordinario del montaje y la puesta en escena, siempre al servicio del impacto visual, el suspenso y el disfrute; los defectos: un alargamiento por momentos exagerado de las escenas que transforman al todo en una película de dos horas y media y que no siempre escapa al tedio.
El protagonista es Lockhart (Dane DeHaan), un ambicioso ejecutivo de una compañía que es enviado a un sanatorio de los Alpes suizos para buscar al CEO (Harry Groener) que está internado ahí. El sanatorio es una casona enorme y aislada, y sus pacientes son todos ancianos de clase alta que encuentran ahí -aparentemente- la tranquilidad que perdieron en su vida laboral en las ciudades. Pero pronto Lockhart se da cuenta de que no es tan sencillo dar con el CEO, que los pacientes no tienen la libertad de irse así como así, y él mismo se encuentra vulnerable y a merced del misterioso médico que dirige el lugar: el Dr. Heinreich Volmer (Jason Isaacs).
Con ecos de La isla siniestra, de Scorsese, La cura siniestra también puede verse como una versión de La montaña mágica pasada por el tamiz de terror psicológico de El inquilino. ¿Qué es real y qué es producto de la paranoia de Lockhart? Su sutil transformación recuerda aquella del Trelkovsky de Polanski y el emblemático cambio de Gauloises a Marlboro.
Verbinski tiene ideas, transmite inquietud y construye más de una escena de terror que debería quedar en la galería de clásicos junto al martillazo al pie de Kathy Bates a James Caan en Misery o la mujer desnuda que se transforma en vieja zombie de El resplandor, por poner dos ejemplos.
Es cierto que hacia el final la trama se alarga demasiado y en el intento por contestar todos los enigmas se pone vueltera y un poco risible. Pero incluso en sus peores momentos, la decisión de Verbinski por ir a fondo sin temor al ridículo es encomiable. La escena del baile decadente entre el fuego de las cortinas es un ejemplo: no importa demasiado -al menos a mí- su arbitrariedad. El cine es imagen, ante todo.
El año pasado fue el de las películas de terror, pero ninguna de ellas alcanzó el refinamiento y la ambición de La cura siniestra, que aún con sus problemas resulta estimulante, da verdadero miedo (y no solo hablo de los más sencillos sobresaltos) y deja más de una escena para recordar. La que elijo yo es la del torno de dentista.