El director de La llamada y Rango construye un virtuoso y vistoso thriller que va perdiendo fuerza a medida que avanza su trama.
La cura siniestra obliga a volver a plantearse hasta qué punto un mal desenlace influye sobre la apreciación total de un film. Porque el último trabajo del ecléctico Gore Verbinski (La llamada, varias entregas de Piratas del Caribe, Rango) es un thriller psicológico de manual pero inquietante, llamativamente reposado para los cánones narrativos habituales, tan típico como disfrutable durante su desarrollo, pero que no sabe muy bien cómo ni cuándo cerrar su relato.
La acción comienza en un universo deliberadamente contemporáneo: el CEO de una financiera en crisis huyó sorpresivamente a un “centro de bienestar” en los Alpes suizos, obligando a los cúpula directiva a enviar a un joven ejecutivo a buscarlo. Lo que encuentra allí es un spa en apariencia perfecto, un ámbito natural de recreación física y mental donde sus huéspedes, en su mayoría ancianos ya retirados de sus responsabilidades, la pasan bárbaro.
Una situación en principio fortuita obligará al joven protagonista (Dane DeHaan) a quedarse allí más de la cuenta, descubriendo que en realidad hay un oscuro secreto escondido detrás de la supuesta benevolencia de todos los empleados, empezando por el jefe (Jason Isaacs), y que esa adolescente que circula por los pasillos (Mia Goth) es una paciente fuera de lo común.
La cura siniestra se toma el tiempo necesario para desarrollar y presentar a sus personajes y situaciones. Eso explica por qué es una de las películas de terror más largas de los últimos años, con una duración que alcanza casi las dos horas y media. En el interín, Verbinski se muestra como un director con el pulso lo suficientemente firme para enrarecer la atmósfera hasta volverla un potencial síntoma de locura del protagonista, convirtiendo al film un híbrido entre La isla siniestra y una de las películas anteriores más eficaces del director, La llamada.
El problema es que Verbinski se enfrasca en los enredos del joven ejecutivo bastante más allá de lo aconsejable. Sobre la última hora, el guión empieza a agujerearse para terminar respondiendo cada una de sus amenazas de clausura con una nueva vuelta de tuerca que, en realidad, sitúa al relato en el mismo lugar que antes. Lo peor es que, cuando efectivamente concreta el cierre, lo hace de una de las peores formas posibles.
Prolijísimo, virtuoso e impecable en sus rubros técnicos, el film va definitivamente de más a menos, como si quedará sin fuerza para sostener la tensión que había construido con paciencia y esmero. El resultado es un cocoliche que pintaba para Scorsese y queda en la medianía habitual de ese cine de terror que se adocena en la cartelera.