Un film que resulta atractivo por muchos motivos. El trabajo minucioso de composición de Meryl Steep, que tiene esa cualidad poco frecuente de licuarse dentro de sus personajes, para sorprendernos con su talento. Aquí se trata del retrato de una mujer ya senil, que dialoga con su marido muerto, que cree, en su delirio, que sigue siendo primera dama y que recuerda su ascenso al poder y en especial esa tozudez, que le valió apodos y que también le marcó su declinación. Pero también resulta el vivo retrato de alguien que defiende hasta sus últimas consecuencias su ideología conservadora, mostrada en toda su dimensión. Y ni hablar de los 17 minutos que le dedica a la guerra de las Malvinas, que nos toca tan de cerca.