Retazos de vida
Meryl Streep se pone en la piel de Thatcher.
Filmar una película sobre Margaret Thatcher era una tarea más que compleja. Se trata de un personaje polémico y discutido, pero también -especialmente para los británicos más conservadores- una figura destacada, casi una heroína. Si encima se le da un sesgo feminista al retrato (Thatcher como la mujer que logró colarse en la cerrada secta machista del poder político británico), la forma de plantearse ante este personaje se complica aún más. Hay un tercer elemento en juego. Thatcher está viva y sufre demencia senil. Y la película no evita el tema.
Ese balance muy difícil de lograr es el que no ha encontrado Phyllida Lloyd a la hora de hacer La dama de hierro . Pero los cuestionamientos al filme no son políticos ni mucho menos. No es cuestión de criticarlo porque la pintura de su gobierno pueda ser excesivamente amable (cada uno tendrá su opinión al respecto), sino por problemas puramente cinematográficos. Más allá de una actuación mimética perfecta de Meryl Streep, La dama de hierro no sabe qué contar ni mucho menos cómo contarlo.
La semana pasada se estrenó J. Edgar , película de Clint Eastwood sobre un personaje aún más problemático como fue Hoover, el jefe del FBI. Las dos películas se organizan de similar manera, con el personaje desde un presente bastante gris, recordando su vida y su carrera. Pero allí donde Clint trazaba, en paralelo, una historia política y otra personal, Lloyd no sale de una serie de fugaces y poco reveladores clips en los que no se profundiza en nada la vida ni el pensamiento de Thatcher. Es un resumen apurado y lleno de “apuntes” de la carrera de esta mujer.
Así, cada importante episodio político es un insert sin contexto ni desarrollo, seguido por otro, y otro más, y así. Todo sostenido desde un presente igualmente flojo, con Lloyd mostrando a Thatcher perder su sanidad mental mediante una serie de confusiones entre realidad y fantasía (le habla a su marido muerto, al que vemos conversar con ella, una y otra vez) en un trauma que, apuesta el filme, se resolverá cuando la anciana dama logre liberarse de ese fantasma.
Si el presente resulta moroso y confuso, y el pasado impreciso y obvio, ¿qué queda por ver? Uno podría decir que la actuación de Streep. Es cierto, la actriz es extraordinaria y capta al personaje no sólo desde sus gestos sino que logra, por momentos, unir las puntas sueltas de este no-relato. Pero no alcanza, salvo para un espectador que vaya al cine a ver un show actoral, o para un actor que vaya a verla como tarea para el hogar...
Otro tema que provocará curiosidad -al menos aquí- es el tratamiento del tema Malvinas, tal vez el episodio del pasado al que el filme más tiempo dedica (siete minutos, no esperen más). Pero tampoco hay allí demasiadas revelaciones, más allá de la idea de que la propia Thatcher fue la más decidida a ir a la guerra, contra los consejos de casi todos. Esto, el filme lo toma algo así como una demostración de feminismo (“yo voy a la guerra todos los días”, dice ella cuando alguien le cuestiona su conocimiento del tema), en una metáfora por lo menos absurda.
Además, claro, estarán los que sientan que La dama de hierro celebra a Thatcher de una manera que para muchos puede resultar hasta irritante. La película es un poco celebratoria de su controvertida figura, pero ése es el menor de sus problemas. El mayor es no tener nada más que una actuación que la sostenga...