Como si sólo fuera una dama antigua
La excepcional interpretación de Meryl Streep, acompañada por Jim Broadbent en el rol del esposo de la ex primer ministra, no redime a un film cuya realizadora definió como "no político" pero no problematiza ningún aspecto del neoliberalismo.
Tanto la directora como la guionista del muy, pero muy polémico film La dama de hierro, que esperamos permita abrir numerosos debates, han afirmado que en ningún momento se plantearon hacer, en esta producción, una obra de corte político. Cabría preguntarles a ambas, tanto a Phyllida Lloyd y a quien tuvo a su cargo la escritura del libro cinematográfico, Abi Morgan, si lo político, en principio, puede separarse de cualquier acto, decisión, que compete al orden de lo humano, del hombre que vive en sociedad; y mucho más aún, si al referirse a una figura como a la que han retratado, desde su ancianidad, puede quedar libre de dicha caracterización.
Sumada a estas declaraciones, la voz de Meryl Streep, admirable actriz, reafirma a través de tantas otras palabras su admiración por la primera ministra ultraconservadora Margaret Thatcher, que comandó el sitial de una Nación desde 1979 hasta 1990. En estos días, en los que Meryl Streep va camino al Oscar, ahora en su decimo séptima nominación, la actriz no termina de sorprenderse no ya por los horrores que llevaron a que los sectores más empobrecidos se postraran ante las medidas de ajustes de políticas privatizadoras; sino por su manera de enfrentarse, desde su condición de mujer, a un mundo de hombres; por su frontalidad, por decir, lo que ella entendía, sus verdades, de frente; por lo que ella entendía, según la Streep, como ausencia de prejuicios.
De lo que la actriz lamentablente no habla, pese a que se compadece de su demencia senil, es de la situación de los inmigrantes, de la eliminación de subsidios, de los siniestros ajustes fiscales, de los pactos y las alianzas con la feroz y sangrienta dictadura de Pinochet, de los pactos con la administración Reagan. Y si bien podemos se puede acordar en que la guerra de Malvinas, en aquel siniestro 2 de abril de 1982, estuvo en manos de una junta militar de delincuentes y corruptos, de un gobierno fascista, lo que no se puede aceptar es que su directora, impunemente, no permita incluir otra voz. Y que, en tal caso, todos sus opositores queden igualados: obreros hambreados, desocupados, excluidos, irlandeses, laboristas; todos... Todos aquellos que no comparten su forma de pensar, de sentir. Son barridos, como una ráfaga de imágenes de un zig?zag de un noticiero televisivo.
Desde el primer momento, el film tiende una imagen trampa, una anciana, un espacio cotidiano, la cajita de ese alimento básico, primario, maternal, que remite al orden nutricio familiar, la leche. Movimientos temblorosos, vacilantes de una mujer que vive custodiada por un ama de llaves. Y esa imagen es la que tratan de recuperar sobre el final, guionista y directora, la de esa mujer que, ahora, con la espalda encorvada, nos es mostrada como una noble anciana. Si en algún momento, a lo largo del film, el personaje es planteado desde un ángulo medianamente ambiguo y con cierta rispidez, el mismo alcanza al orden familiar, a su mundo matrimonial; al olvido de sus hijos.
La extenuante focalización subjetiva de La dama de hierro, nombre dado por los soviéticos a esta mujer que se fue abriendo paso desde sus orígenes humildes hasta alcanzar títulos y honores, y encabezar cruzadas en contra de toda ideología foránea, negándose por igual a la formación de la Unión Europea, no permite que el espectador pueda hacer circular su propia voz; ya que la monolítica visión que ofrece Meryl Streep, subrayada con fanfarrias y altisonantes encuadres, le reserva por igual, tanto al gobierno de Cameron como, tal vez a la entrega de los Oscars, alfombra roja y un sendero de "red roses for a sad lady".
Ciertamente, y esto es más que indiscutible, la actuación de la Streep es excepcional. ¿Pero se puede sostener un film sólo por la actuación? Phyllida Lloyd, realizadora elogiada por Mamma Mia!, presenta a su heroína como si fuese una nueva Elizabeth; desde una composición que le otorga majestuosidad y realeza, destacando ese porte de soberbia y fiereza temperamental.
Si el film abre con una caja de leche en sus temblorosas manos cabría preguntarse: ¿dónde ubican, su guionista y directora, esa copa de leche que ella eliminó de la mano de los niños en las escuelas públicas, en este film que ellas pretenden que no sea político?. Y por igual, frente a una obra como esta, traigo a la memoria los nombres de realizadores que se movieron de manera crítica en los años de la Dama de Hierro, tales como Stephen Frears y Ken Loach. Ya en los 90, como lamentable herencia de su política devastadora, films como Tocando el viento o la amarga comedia Full Monty, Todo o Nada.
Tal vez, pueda señalar como un logro a la composición actoral de Meryl Streep, al rol en contrapunto de su marido en la ficción, Jim Broadbent, actor de Vera Drake y Un Año Más, ambas de Mike Leigh, quien orquesta un sinnúmero de risueñas apreciaciones y contundentes reflexiones íntimas, privadas. En otros órdenes, edulcorada y naif versión que pretende echar un manto de piedad sobre un violento y perverso proyecto socio económico.