Gran lucimiento de Streep
"Puedes rebobinar el pasado, pero no puedes cambiarlo" le dice Denis (un siempre destacado Jim Broadbent) a su mujer, Margaret Thatcher (Meryl Streep) en esta biopic que gira en torno a la vida de la ex-Primer Ministro Británica.
Si algo queda claro desde el comienzo en La dama de Hierro es la carga emocional que Streep le imprime a su personaje, bajo la dirección de Phyllida Lloyd, con quien antes había trabajo en el musical Mamma Mía.
El relato acierta en la forma de acercarse a esta dura mujer, amada y odiada, que trabajó en un almacén junto a sus padres cuando era niña y que ya se perfilaba como una líder con deseos de plasmar cambios. La película va y viene constantemente en el tiempo para mostrar además la faceta intima del personaje: la relación con su marido y con su hija.
El caos social y político en el que se vio inmersa (atentados y olas de violencia) es reflejado en la mirada y las decisiones de una mujer que no dudó en llegar tampoco al conflicto bélico con Argentina por las Malvinas.
En ese sentido, el film aborda este tema con imparcialidad y no se muestra ni piadoso ni aplaude la decisión de Thatcher (se destaca la escena en la que escribe cartas a los familiares de las víctimas inglesas) mientras alterna imágenes de archivo (nunca se ve a la verdadera Thatcher) con la dramatización que impulsa el relato.
Streep encarna a la ex Primer Ministro Británica en un trabajo sublime: su mirada, su manera de caminar encorvada y su acento. El maquillaje resulta también impresionante y potencia su actuación (nominada en el rubro "mejor actriz" para la próxima edición del Oscar).
No se trata de una biopic del estilo hollywoodense y, por momentos, puede resultar fría o idílica (el esposo muerto que se encamina hacia la luz) en exceso, pero una mujer delante y otra detrás de cámara le colocan la dosis justa de sensibilidad que la historia necesita.