Los biopic encierran una sucia jugarreta que, empero, no debe sorprendernos dado el origen de la película. Por lo general, estos films toman la vida de una personalidad realmente influyente en determinadas sociedades y lo hacen con la modalidad del retrato o, mejor dicho, del autoretrato. Todd Haynes ha sabido demostrar que las vidas, así como la historia, no se calcan, sino que, más bien, se inventan, y brindó grandiosas descripciones de Bowie (Velvet Goldmine) y Bob Dylan (I'm not there). Ha evitado, de esta manera, el pecado de Dorian Gray, el de crear un cuadro viviente cuyos vicios sólo en él se percibirían, mientras la carne permanecería intangible, protegida por la duplicidad avalada por el arte.
Pero los argentinos, en particular, parecemos no estar dispuestos a "perdonar" a Margaret Thatcher, por vieja y senil, o por poderosa y despóticamente patriótica. Aun más, se esperaría sólo una dura crítica, un artístico linchamiento en La dama de hierro o en cualquier lugar donde se hable de su férreo gobierno. Porque, como miembro del Partido Conservador, no fue la decisión de encarar la defensa de la posesión británica en las Malvinas lo que la hizo dura: sus políticas en Gran Bretaña ya lo eran, y su popularidad no creció sino hasta poder revitalizar el nacionalismo que fertiliza administraciones en decadencias -algo que intenta hacer David Cameron hoy en día. Por eso, la directora Phyllida Lloyd debe ser consciente de que efectuó una empatía "de género" con la ex-Primer Ministro y, bajo este disfraz, realizó un film que justifica todo el accionar gubernamental de Thatcher en la historia de su imposibilidad de ser mujer. Tener que, finalmente, aceptar serlo es la lección de vida que en su ancianidad aprende. ¿Por qué, entonces, habríamos de dejar de llorar por una viejecilla?
La valiente Margaret Thatcher joven (Alexandra Roach) y la madura y autoritaria estadista (Meryl Streep) son analizadas desde la perspectiva de las alucinaciones de la anciana Thatcher (de vuelta, Streep, transformada por el excelente team de maquillaje FX). Entre esos recuerdos, bien expresados con el empleo del flashback, aparecerá la Guerra de Malvinas, como un punto central en el interés del público, aunque no en relación con un posible e inimaginable consuelo. Por el contrario, las escenas que muestran a Thatcher escribiendo cartas a cada una de las familias con caídos en las islas y emitiendo personalmente órdenes a la armada británica en contra de los militares argentinos. Además, es menester mencionar que la labor de montaje y la musicalización de la película evidencian la ardua dedicación de todo el equipo de producción en este film.
Una reflexión final. ¿Deberíamos contribuir a la difusión de una obra que apunta en contra de los intereses de nuestra nación? Aquí yace el perverso deseo del espectador y la inteligencia de la publicidad y del cine como industria. Grande será el interés y de nada servirán los comentarios nefastos a la salida de la sala. Pero, ¿no se espera acaso que la crítica estimule la atracción del público hacia el séptimo arte? En efecto, esto no se negará. Muchos puestos callejeros de "manteros" pueden confirmarlo. La nocividad del aval capitalista es aun peor que un mensaje despreciable.