Recuerdos de una anciana en su laberinto
En su vejez y con los primeros síntomas del Alzheimer, esta biopic repasa la historia de la polémica ex primer ministro inglesa a través de flashbacks donde no falta un tramo dedicado a su decisión en la Guerra de Malvinas.
A sólo una semana de J. Edgar, la biopic sobre el jefe máximo del FBI por casi medio siglo, llega el estreno de otra biografía, La dama de hierro, que aborda a un personaje igualmente inasible como la ex primer ministro de Gran Bretaña, Margaret Thatcher.
Y si bien ambas películas trabajan sobre el género con dos personajes poderosos, de feroz extracción conservadora y con sendos intérpretes excepcionales como Leonardo DiCaprio y Meryl Streep, aunque las comparaciones sean inevitables, ahí se acaban las semejanzas.
Donde el maestro Clint Eastwood se interna en la vida pública y privada a partir de un ambicioso retrato del misterioso Hoover sin juzgarlo pero señalando sus muchos claroscuros, la directora Phyllida Lloyd, que tiene como único antecedente la vergonzosa Mamma mia!, opta por una Margaret Thatcher de “interiores”, que en su vejez y con los primeros síntomas del Alzheimer, vaga por su casa, sostiene conversaciones con su difunto esposo (Jim Broadbent), maltrata a su hija Carol (Olivia Colman) y recuerda a través de varios, numerosos, muchos flashbacks, sus comienzos en la política como la hija de un almacenero que se abrió paso entre los machistas tories para hacer escuchar su voz –una épica contada de manera acuosa, sin fuerza–, y algunos hitos de su gestión: los interminables ajustes económicos en los que creyó ciegamente, las privatizaciones en el sector minero y el enfrentamiento con los sindicatos, la lucha contra el IRA, el rechazo al euro y, por supuesto, la Guerra de Malvinas, uno de los pocos tramos de la película contados con el timing justo, que incluso muestra una investigación documentada y seria sobre el tema.
Es decir, La dama de hierro es en su mayor parte una construcción, cómoda si se quiere, sobre los meandros mentales de la ex mandataria inglesa, que no profundiza demasiado en su desempeño político durante los 12 años que estuvo en el poder –donde dicho sea de paso, no hay menciones al desastre social en el que sumió a Gran Bretaña y el protagonismo que tuvo junto a Ronald Reagan en reinstalar el orden conservador a nivel global–, miedosa de que se la acuse de alguna definición ideológica y lo que es peor, que en su impotencia, indecisión y falta de rumbo narrativo encuentra el recurso obvio de apoyarse casi exclusivamente en la brillante performance de Meryl Streep, en un papel donde puede desplegar todos sus recursos interpretativos y que probablemente le alcancen para alzarse con otro Oscar. Bien por ella. ¿Y?