La dama de negro 2 se afirma en el género de terror con el fantasma femenino que busca venganza.
Si bien ya no transcurre a principios del siglo 20 sino durante la Segunda Guerra Mundial y cambiaron todos sus protagonistas, La Dama de negro 2 sigue siendo un típico producto del terror británico: gótico, oscuro y centrado en una fantasma vengativo.
La legendaria productora Hammer, que resucitó con la primera parte protagonizada por el ex-Harry Potter Daniel Radcliffe, no dejó pasar la oportunidad y lanzó una especie de copia autorizada: distintos protagonistas pero la misma mansión tenebrosa y el mismo fantasma femenino. Y, sobre todo, la misma clase de atmósfera de misterio esporádicamente alterada por una aparición fugaz.
El argumento ya no se sostiene en una sólida novela de Susan Hill, pero los guionistas se las ingeniaron para presentar un conflicto aún más poderoso y creíble que el de la primera película. No será un abogado melancólico el que se enfrente al horror sino una joven maestra (Phoebe Fox) marcada por un episodio traumático de su vida.
Ella y una mujer madura están a cargo del cuidado y la educación de un grupo de chicos y chicas que son trasladados al norte de Inglaterra para protegerlos de los peligros de la guerra. En el contigente va un niño huérfano (Oaklee Pendergast) que se ha quedado mudo desde la muerte de sus padres y que será el punto de contacto entre el mundo real y el mundo sobrenatural.
Sin dudas, la máxima fuerza de sugestión de las dos entregas de La dama de negro (todo indica que va a convertirse en una saga) es precisamente el fantasma femenino que le da nombre a los dos películas: una mujer que se ahorcó luego de ver que su hijito se ahogaba en el pantano y cuya venganza consiste en forzar a sus víctimas a que padezcan el mismo dolor.
Aun cuando no esté explotada en toda su magnitud, se trata de una idea romántica y terrible. La angustia por la pérdida de un hijo transfigurada en la voluntad de eterna revancha contra una injusticia cósmica. El origen de mal sería una pena irreversible e irredimible. Casi una nueva versión del infierno sin cielo ni purgatorio.
Esa idea, que proviene de la mente de la escritora Susan Hill, tiene un potencial enorme y, más allá de que en este caso el resultado es un producto previsible, tal vez justifique la expectativa de cara a las próximas entregas.