Poco terror y bastantes clichés.
En 2012, La dama de negro transposición de la novela de fantasmas publicada en 1983 por Susan Hill se convirtió en un sorprendente éxito comercial con casi 130 millones de dólares de recaudación. No era una película extraordinaria, pero sí muy efectiva, con un Daniel Radcliffe en un registro muy distinto al de Harry Potter y un director de talento como James Watkins.
Nada de eso se aprecia en esta apurada secuela en la que ya no están los principales artífices del film original. En este caso, en plena Segunda Guerra Mundial, un grupo de ocho niños (algunos huérfanos) es evacuado hacia un pueblo rural prácticamente abandonado bajo la supervisión de la rígida directora Jean Hogg (Helen McCrory) y el aporte de la joven y bienintencionada maestra Eve Parkins (Phoebe Fox). Así, los protagonistas llegan a la decadente casona de Eel Marsh, ubicada en una zona pantanosa que por momentos queda aislada del continente.
Justo cuando intentan huir de los horrores de la guerra, los personajes deberán enfrentarse con fuerzas tan malvadas y destructivas como la de los nazis; más precisamente, con la vengadora dama de negro a la que alude el título.
El director Tom Harper construye algunos climas ominosos (en la línea del film anterior) con esos pantanos cubiertos de neblina y las sucesivas apariciones sobrenaturales que generan unos cuantos sustos, pero la historia nunca logra trascender ciertos lugares comunes (el niño conflictuado que tiene visiones, los ruidos en una mansión destartalada, los juguetes diabólicos) del género. Una segunda entrega que no irrita, es cierto, pero que hace extrañar a su bastante más lograda predecesora.