Con suspenso y casi sin sangre
La productora Hammer apuesta de nuevo a un cine de terror clásico, con suspenso y no sanguinolento.
Hay motivos para que se haya hecho esta secuela.
1) La novela de Susan Hill tuvo una segunda parte.
2) La película original, con Daniel Radcliffe, producida por la Hammer en 2012, costó 15 millones de dólares, y recaudó 127.
Cualquiera sea el o los motivos por los que Hammer decidió revivir, si cabe, al espectro que deambula por la mansión y sus alrededores induciendo a los niños a cometer suicidio, el resultado es aceptable y se mantiene dentro de los parámetros de la honorable casa o productora fílmica de terror.
Esto es: suspenso y muy poco gore, truculencia ni sangre.
Algo así era La dama de negro, y mal no le fue. Aquí tenemos, unas décadas después de que el abogado Arthur Kipps (Radcliffe) pasara por la mansión, y en la Segunda Guerra Mundial, a una maestra que llega al islote, rodeado de pantanos y que sólo se une al pueblo cuando la marea baja, con un grupo de niños. Buscan cierto refugio, lejos de la bombardeada Londres. Y la dama sigue en la misma: embriagar a los chicos hasta que se suiciden.
El origen de la dama de negro es develado como si no se supiera (o para los espectadores que no vieron la primera película). Lo que interesa es cómo actúa el espectro, impulsando a los chicos a quitarse la vida, más que la razón que lo motiva, porque no da para más.
Los pisos de la Eel Marsh House siguen crujiendo, todo es tétrico y está bien que así sea. En la comparación, la película de Tom Harper pierde, y no por originalidad, sino por el peso de los personajes.
Phoebe Fox camina, escudriña, se asusta y más, y lo hace convincentemente, que debe ser todo lo que Harper le pidió que hiciera.
La dama de negro 2
Buena