Entre los niños fantasmagóricos orientales -redivivos por el cine americano-, los films de pura víscera y los vampiros virgo-vegetarianos, los muertos en el cine de terror no andan gozando de buena salud. A lo sumo zombies, vea, tan demacrados ellos. Por eso es una buena noticia esta película que narra cómo un jovencísimo abogado y padre (Daniel Radcliffe, que sí, más o menos zafa del harrypottismo que lo ha marcado con un rayo en la frente) se enfrenta a un fantasma en los albores del siglo XX. La ambientación en el pasado permite al realizador James Watkins concebir climas de auténtica pesadilla, sin abusar del golpe de efecto. El terror aquí -como en la mejor tradición del género, hijo de Poe y sus dolorosas nostalgias- surge mucho más del ambiente y la puesta en escena que del efecto de sonido o el truco digital. Los actores, en este sentido, son indispensables para sostener el efecto de miedo que recorre toda la película. Como todo buen film de terror, su tema es moral y su forma apela a nuestros más profundos temores.