La dama de oro

Crítica de Alejandro Castañeda - El Día

EL PASADO NUNCA SE VA

Es una historia real: la lucha de María Altmann, hija de una familia judía, que viaja de Estados Unidos a Viena, su ciudad natal, para tratar de recuperar las posesiones que los nazis le confiscaron a su familia. La pieza más valiosa es la célebre obra de Gustav Klimt, el Retrato de Adele Bloch-Bauer. Adele fue tía de María y la búsqueda confrontará con el gobierno de Austria y con sus recuerdos. No está sola. Randy Schoenberg, un abogado inexperto y entusiasta, descendiente también de judíos, la acompañara en una lucha llena de altibajos.

La estructura del film es parecida a la de “Philomena”, aunque cinematográficamente está muy por debajo. Es una de esas películas cuidadas, correctas, irreprochable en su discurso y en su factura, que no tiene nada fuera de lugar, pero tampoco va más allá de ser un retrato más sobre la nazismo, la responsabilidad de los que miraron para otro lado cuando llegó el horror y la puja entre los recuerdos y el olvido. Alterna las imágenes de hoy con los recuerdos dolorosos de María. Y su victoria final es una manera de convertir a su exigencia en una batalla que tiene mucho de justicia y de reivindicación.

María volverá a Viena, donde dejo todo su pasado y ese cuadro será el símbolo de un rescate más generoso. Ha perdido tanto en el camino que recuperar algo es todo un mandato. En su largo tramitar interviene la Corte Suprema de Estados Unidos y el gobierno de Austria, que no quiere ceder esa obra, María le dará sentido a su vida. Aunque su mayor litigio es con esa ciudad, donde dejó mucho más que un cuadro. “Hay que dejar ir al pasado”, le dice María a su abogado. Una manera de empezar a cerrar las heridas.