Pertenece en un museo
Nunca la restitución legal de bienes ha sido tan excitante como en La dama de oro (Woman in Gold, 2015), en la que una viejita inicia una causa judicial contra la República de Austria por “La Mona Lisa de Austria”, una obra de Gustav Klimt robada por el nazismo hace más de medio siglo.
De entrada Maria Altmann (Helen Mirren) posee la superioridad moral y legal, así como el favor del público, porque las personas son más simpáticas que los gobiernos, sobre todo cuando la historia está “basada en hechos reales”. El retrato le pertenece, sí, y le ha de ser devuelto, sí. El problema es, ¿qué pasa si no se lo dan? Lo único que le falta al personaje es una motivación fuerte, algo que nos convenza de que hay más en juego de lo que presentimos.
La película sabe esto e intenta remediarlo con una serie de flashbacks a la Viena nazi en la que Maria es puesta bajo arresto domiciliario, destituida de sus bienes y finalmente intenta escapar con su marido en una persecución bastante tensa. ¿Qué tiene que ver todo esto con la resolución del conflicto central? Nada. La película genera mucha simpatía hacia Maria, pero nunca termina de conciliar sus dos mitades, que funcionan como dos historias por separado: la historia del abuso y éxodo de la familia Altmann, y la batalla legal por una pintura.
Helen Mirren compone a un personaje inteligente y elegante, bella como siempre y salida directamente de otra época. Todo esto se sobreentiende. Irónicamente la sorpresa de la película es Ryan Reynolds como su abogado, Randy Schoenberg (descendiente del compositor), quien para variar interpreta a un hombre no solo sumamente inseguro de sí mismo sino que cambia lentamente a lo largo de la historia.
El resto del elenco es competente: Daniel Brühl hace de periodista vienés y aliado de Maria y Randy. Su único propósito en la película es ilustrar que no todos los austríacos goy son malos. Katie Holmes, condenada a interpretar a La Esposa del Protagonista, es la esposa del protagonista. Charles Dance y Jonathan Pryce, siempre buenos, tienen breves apariciones.
El dueto principal está muy bien, y la historia tiene potencial, pero La dama de oro jamás termina de ponerse tan interesante o atrapante como podría serlo. Todo el drama se ha reservado para la mitad histórica de la película, mientras que la otra mitad avanza sin demasiados inconvenientes excepto los que el guión requiere de manera sumamente artificiosa. El personaje de Mirren se establece como alguien preciso y resuelto, por lo que no se explican sus inesperados cambios de voluntad, que son varios y se ponen reiterativos. Quiere ir a Austria, pero no quiere ir a Austria. Le importa la pintura, pero no le importa la pintura. Un personaje menos caprichoso hubiera llegado al final de la película media hora antes.