El discreto encanto de las biografías noveladas
“La dama de oro”, película escrita por Alexi Caye Campbell, dirigida por el británico Simon Curtis (“Mi semana con Marilyn”) y protagonizada por Helen Mirren, está basada en un caso real: la historia de Maria Altmann, una mujer austríaca, de origen judío, que durante la ocupación nazi a su país logró exiliarse junto a su marido y una hermana en Estados Unidos.
Resulta que Maria, quien falleció en 2011 cuando tenía 94 años, tiempo antes de morir llevó adelante una batalla judicial contra su país de origen para recuperar parte del patrimonio familiar que fuera confiscado por los nazis y que luego el Estado austríaco reclamó como propio. El objeto más preciado de dicho tesoro es el famoso cuadro, “La dama de oro”, pintado por Gustav Klimt a comienzos del siglo XX, por encargo de un tío de Maria, Ferdinand Bloch-Bauer, quien le solicitó al pintor un retrato de su esposa, Adele.
La película se concentra en los trámites legales que decide emprender Maria, quien al morir su hermana, descubre entre sus papeles una carta que le revela algunos asuntos oscuros que rodearon al destino que corrió la famosa pintura, considerada como “La Mona Lisa de Austria”, y que durante muchos años fue el cuadro favorito del Palacio Belvedere.
Maria es una mujer que no parece seguir los impulsos de la ambición sino actuar en base al deseo de recuperar parte de su historia familiar. Al final de sus días, se ve conmovida y emocionada por los recuerdos, y la posibilidad de aliviar algunas de las muchas heridas del pasado la lleva a encarar una batalla en apariencia desmesurada, pero que con la asistencia de un joven abogado y con el auxilio de organizaciones austríacas interesadas en limpiar un poco la historia oscura de su patria, llegó a un final satisfactorio.
El abogado en el que confía Maria tiene a su vez su parte interesada en el asunto porque es nieto del famoso compositor, también de origen austríaco, Schömberg, quien, al igual que la familia de Maria, debió exiliarse durante la ocupación nazi.
El ser ambos demandantes de origen austríaco les granjeó las simpatías de ciertos sectores del público, sin embargo, el juicio no prosperó en la Justicia del país europeo y se tuvo que llevar a cabo en Estados Unidos. El caso concitó la atención mundial. Maria hizo valer sus derechos como única heredera de su tío Ferdinand y tras recuperar la pintura, considerada una de las más valiosas del mundo, fue adquirida en 2006 por el coleccionista Ronald Lauder, propietario de la Neue Galerie de Nueva York.
El film es una coproducción entre el Reino Unido y Estados Unidos, y está concebido en un formato clásico, donde todo gira en torno al personaje principal, interpretado con el carisma y la solvencia que caracteriza a la gran Helen Mirren. Mientras en el tiempo presente se desarrolla la puja judicial, el relato apela a numerosos flahs backs pare reconstruir esa parte de la historia que dormía en la memoria de Maria y que se va despertando a medida que el juicio avanza.
Si bien en un principio, la mujer presenta algunas resistencias a enfrentarse con sus recuerdos, por sus secuelas dolorosas, poco a poco va tomando coraje y puede lidiar con todos los fantasmas, consiguiendo saldar una importante deuda con sus familiares y amigos, muchos de los cuales no pudieron escapar a la crueldad de los nazis.
Paralelamente, el joven abogado, papel que encarna un correcto Ryan Reynolds, también puede llevar a cabo su propio duelo personal y familiar, de la mano de su clienta, con quien termina unido por una fuerte amistad.
Ambos son acompañados por un periodista austríaco, papel confiado con acierto a Daniel Brühl, quien hace de anfitrión y guía de los demandantes, asesorándolos para que consigan superar los escollos.
Aunque la trama resulta un tanto preestructurada, como suele ocurrir cuando se trata de narrar hechos reales, sobre todo si son recientes, tiene el encanto de las biografías noveladas ya que refiere a sucesos y emociones genuinos. Como bien señala un crítico, se trata de una buena historia “como las de antes”.