Mirren, adorada
Helen Mirren es un imán. Como Meryl Streep, puede simplemente servir un té y lo hace sublime
Todo hecho histórico tiene coletazos en los individuos, y esas consecuencias suelen servir como ejemplos, o al menos como tramas de ficciones basadas, entonces, en hechos reales. Maria Altmann era una ciudadana austríaca que logró escapar de la ocupación nazi -y del exterminio nazi que no pudo evadir su familia judía- y se afincó en California, EE.UU. Tras la muerte de su hermana, en 1998, Maria encuentra una carta que desencadena una investigación, y con ella el sufrimiento de una familia y el pedido de restitución de unas obras de arte -entre ellas, un retrato de su tía realizado por Gustav Klimt, el que da título al filme- de la que se apropiaron en su momento los jerarcas de Hitler.
Como Austria a fines del siglo pasado hacía esfuerzos para mejorar sus relaciones internacionales, y uno de ellos consistía en crear un comité que decidiera si esas propiedades debían ser devueltas a sus dueños originales, Maria se conecta con un joven abogado, Randol Schoenberg (que era nieto del compositor Arnold Schoenberg) y, juntos, se embarcan en una epopeya. Porque la galería vienesa donde está colgado el cuadro no quiere desprenderse de su tesoro.
Así se encuentran la señora que le convida strudel y le limpia los anteojos, y que es dueña de una simpatía inigualable, al leguleyo que se aventura y compromete en el litigio con el gobierno austríaco, primero porque observa que las pinturas a recuperar tienen un valor que supera los 100 millones de dólares. Ningún vuelto.
El director Simon Curtis, el mismo de aquella maravilla ficción sobre la relación entre Marilyn Monroe y un joven Colin Clark que se llamó Mi semana con Marilyn, se centra en Maria. Y lo bien que hace, no sólo porque es el personaje más atractivo, sino porque Helen Mirren lo construye de adentro hacia afuera, que parece ser el camino inverso al que hizo Ryan Reynolds. Y porque a Maria no le interesa el dinero, sino la justicia -algo que, como toda película con metáfora que de eso también se trata La dama de oro-, le deja de consejo a Schoenberg, que bien pronto lo aprende.
La película va y viene con flashbacks para mostrar el horror de la ocupación, y también cómo Klimt realizó la pintura. Pero, de nuevo, la atención está en esa señora que puede ser tan desafiante como dulce, amarga como gentil, darse por derrotada como ser sencilla en la victoria que todos suponemos que tendrá. En el cine, recuerden, los buenos casi siempre ganan.