Desbocado regreso a la infancia.
Artífice de un lenguaje muy particular que ha tenido a lo largo de los años eficaces manifestaciones en la literatura y el cine, el chileno nacionalizado francés Alejandro Jodorowsky volvió a filmar una película en 2013, después de veintitrés años de silencio en ese terreno. Aficionado a la hipérbole, los desafíos a la lógica y el surrealismo más desatado, Jodorowsky repartió su energía últimamente entre el cómic, el tarot, la psicoterapia, las conferencias e incluso Twitter. Su regreso al cine es la adaptación de su propio libro de memorias, llevada a cabo con una enorme cantidad de ideas visuales y un encadenado sin pausa de situaciones extravagantes y operísticas que tienen su traumática niñez como epicentro. No hay en esta película desbocada, autoindulgente y narcisista ningún rastro de autocensura. En sus mejores pasajes, recuerda los encantadores desbordes del cine de Fellini. Y aún en los más caprichosos revela una libertad expresiva que es difícil de encontrar en el cine actual.