Cuando el profeta le gana por goleada al cineasta
Hacía 23 años que Alejandro Jodorowsky (que hoy tiene 86) no dirigía una película (su principal afición parecía ser en los últimos tiempos twittear en 140 caracteres aforismos espirituales para su legión de más de un millón de seguidores) y, por eso, la presentación de La danza de la realidad -sumada a la exhibición del bastante más valioso documental Jodorowsky's Dune- se convirtió en uno de los grandes eventos de la Quincena de Realizadores de Cannes 2013.
El chileno es un auténtico director de culto y son todavía unos cuantos los que se siguen fascinando por sus imágenes absurdas, sus situaciones provocativas y sus frases "célebres"; otros, en cambio, nos quedamos afuera de ese ejercicio exhibicionista, exagerado y caprichoso por parte de un octogenario al que, efectivamente, notamos anclado en un cine viejo y a esta altura bastante torpe y berreta.
Nunca fui demasiado fan de películas como El topo, Santa sangre o La montaña sagrada, pero entiendo que fueron importantes y hasta revulsivas en los contextos de su época (los años '70 y luego como "films de medianoche"). Hoy, las acumulaciones de simbolismos y metáforas, citas y homenajes de Jodorowsky resultan un artificio hueco y demodé que no funciona ni siquiera como curiosidad.
¿Qué propone Jodorowsky en su regreso al cine y a Chile? Ejércitos de freaks (marginales sin piernas ni brazos) a-la Tod Browning, gordas tetonas y enanos "fellinianos", travestis comunistas cantando La Internacional, retratos del fanatismo nazi y stalinista y del antisemitismo, imágenes circenses, fetichismo y perversiones varias, militares que torturan y reprimen, una mirada (espantada y espantosa) a las fuertes diferencias sociales en Chile, varios pasajes sobre la espiritualidad y las religiones y... ¡hasta una participación especial de Gastón Pauls cerca del final! Todo construido a los ponchazos en viñetas independientes que sólo en muy contados casos funcionan de manera autosuficiente.
Basada en recuerdos y experiencias autobiográficas, La danza de la realidad arranca con un padre comunista, rígido hasta lo sádico (interpretado por Brontis Jodorowsky), que es capaz de exigirle al odontólogo que le aplique a su hijo el torno sin anestesia porque "el dolor se domina con la voluntad". Y está también su madre sufrida que habla cantando con su insoportable voz aguda como si estuviese en una ópera.
Si Jodorowsky pone a su hijo Brontis haciendo de su padre, no se priva tampoco de aparecer de vez en cuando en pantalla tirando a cámara aforismos sobre el dinero cual profeta y gurú.
La película pendula todo el tiempo entre la tragicomedia farsesca, el varieté (puro exotismo y pintoresquismo) y el melodrama televisivo (enfatizado para colmo por una música insoportable), pero nunca trasciende una superficialidad alarmante en su búsqueda del impacto fácil y efímero. Una absoluta decepción para quienes no formamos parte de la secta Jodorowsky.