Jodorowsky ya no es el que era.
Convertido en una especie de gurú de filosofías esotéricas new age, Alejandro Jodorowsky no filmaba desde hace 23 años, y por lo que se ve en "La danza de la realidad", el pulso del director del film que comenzó el fenómeno de las cult movies, "El topo", ya no es el mismo de antes.
En este film, Jodorowsky regresa a su infancia en Chile, en la localidad de Tocopilla que sirvió de locación a casi todo el rodaje. El mismo director aparece como una especie de ángel guardián de su alter ego niño (Jeremias Heskowitz) y su hijo Brontis encarna a su padre, un hombre durísimo que, entre otras cosas obliga al hijo a negarse a que el dentista le aplique anestesia.
Hay de todo, gente con muñones agarrada a las patadas, nazis, torturas terribles y gente que orina sobre otra, pero tal vez lo menos soportable sea la actriz Pamela Flores que como madre del pequeño Jodorowsky nunca habla, sino que canta como si estuviera en medio de una ópera desquiciada.
Durante unos 40 minutos, la película tiene cierta hilacion, pero de golpe se va centrando en los delirios del padre, que se va de la casa y de su pueblo obsesionado por asesinar al presidente de Chile. A partir de ese momento, todo se vuelve más confuso y descoordinado, algo que ya sucedía con algunos de los mejores films de este cineasta totalmente personal, por ejemplo "La montaña sagrada" y "Santa sangre", sólo que en ésas y otras ocasiones los delirios eran mucho más inspirados y originales en su imaginería, mientras que aquí Jodorowsky parece centrarse en influencias más conocidas, empezando por el cine de Federico Fellini.
El resultado es desparejo y demasiado largo, con atractivas locaciones y paisajes chilenos y momentos aislados donde brilla el talento del director que revolucionó el cine hace décadas hasta que se dedicó a otro tipo de cosas.