Toda una experiencia
Hay que estar de humor para ver una de Jodorowsky. Tiene algunos pasajes de belleza y de poesía.
En épocas en las que el 75 % de los estrenos consiste en productos estandarizados, hechos según fórmulas comerciales más o menos probadas, la llegada a los cines de una película como La danza de la realidad es para festejar. Es el regreso, después de 23 años, del ya octogenario Alejandro Jodorowsky, alguien a quien, con sus fanáticos y detractores, el bastardeado mote de “artista” no le queda grande.
Cineasta, novelista, guionista de historietas, poeta, dramaturgo, actor, mimo, tarotista, creador de la psicomagia, Jodorowsky supo ganarse la admiración de creadores como David Lynch, Federico Fellini o John Lennon por sus películas de los ‘70, El topo y La montaña sagrada, que con los años se transformaron en objetos de culto.
Al contrario de aquéllas, en La danza de la realidad sí hay una historia clara. Es la primera de una anunciada serie de películas autobiográficas de Jodorowsky -en junio comienza el rodaje de la siguiente, Poesía sin fin-, y cuenta la dura infancia del director en Tocopilla, una ciudad del norte de Chile, con eje en la difícil relación con su padre, Jaime, un estalinista en el sentido más amplio de la palabra, que, para “hacer hombre” a su hijo, lo sometía a toda clase de crueldades.
El encargado de interpretar a ese padre tiránico es Brontis, el hijo mayor de Jodorowsky, que encabeza la larga lista de integrantes de la familia que participaron de la película. Hasta aparece el propio Alejandro, como un narrador de cuerpo presente.
Hay que estar de humor para ver una de Jodorowsky. Estar dispuesto a sumergirse durante más de dos horas en un mundo surrealista, onírico, delirante. A ver escenas grotescas protagonizadas por enanos, tullidos y actores aficionados o no muy dúctiles. A tolerar a un personaje -la madre- que sólo se expresa cantando como una soprano. A escuchar enseñanzas de vida con tufillo a libro de autoayuda.
El realismo mágico habrá sido una novedad atractiva hace 50 años, pero perimió hace rato.
El espectador valiente y tenaz de La danza de la realidad tendrá su recompensa con algunos pasajes de profunda belleza y de auténtica poesía, y una didáctica introducción al curioso arte de la psicomagia. Vivirá, como dice el lugar común, toda una experiencia. Pero con demasiados efectos colaterales.