"La decisión de partir", Park Chan-wook en estado puro
El realizador surcoreano le da forma a un policial de tono negro, pero en el que, como acostumbra, se van filmando otros elementos. Todo ello entre cuadros de gran plasticidad y puestas de cámara innovadoras.
Si hubiera que elegir a un cineasta como líder de la gran explosión que vivió el cine surcoreano en el siglo XXI, debería ser Park Chan-wook. Y habría que ir hasta 2003, al estreno de Old Boy, para encontrar el ground zero de aquel estallido. Es cierto que había otros directores y películas (Bong Joon-ho estrenó ese mismo año su segundo trabajo, la también imprescindible Memorias de un asesino) y que incluso el propio Park tenía varias películas previas. Pero Old Boy fue la que terminó de llamar la atención de forma masiva sobre un puñado de títulos y una generación de directores a los que valía la pena prestarles atención.
Por eso la llegada a la sala Lugones de su obra más reciente, La decisión de partir, tiene un valor enorme. No solo por el peso específico de Park como artista, o por las virtudes cinematográficas de la propia película, que no son pocos. Hay además una cuestión vinculada a la época, a las condiciones en las que el cine es consumido en la era pospandémica, cada vez más circunscripto al ámbito doméstico, cada vez más lejos de las salas, territorio conquistado definitivamente por “los tanques”. Un panorama que convierte a la posibilidad de ver una película como esta, proyectada en una pantalla grande y como parte de una experiencia colectiva, en un lujo.
Esto último no sería relevante si La decisión de partir no fuera una experiencia cinematográfica que vale la pena ser vivida en condiciones ideales. Desde lo argumental podría decirse que se trata de un Park de alta pureza, que vuelve a conjugar los elementos que caracterizan a la obra del director. Ahí está el apego a los géneros como plataforma sobre la cual construir una historia, en este caso el policial. Un humor que combina lo físico con el absurdo de una forma superficialmente naif, pero que acaba siendo la puerta de entrada para que la oscuridad se filtre por las grietas del relato. Y un sentido trágico que puede pensarse como herencia directa del teatro griego clásico, en especial de la obra de Sófocles.
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Esos elementos se combinan para contar la historia de un detective poco sociable y con un nivel obsesivo de meticulosidad, características que entrarán en crisis cuando deba investigar la muerte de un escalador cuyo cuerpo es encontrado al pie de un risco. Aunque todo parece indicar que se trata de un accidente, hay varios elementos que al investigador le generan dudas. Ese panorama se complica todavía más cuando entra en escena la esposa del muerto, una mujer china de la que el policía se termina enamorando. Si todo esto suena muy noir, con las figuras del detective duro reblandecido por obra y gracia de una mujer fatal, es porque efectivamente La decisión de partir remite a aquellos universos, que para el cine resultan tan clásicos como las tragedias griegas lo son para el teatro.
Pero detrás de todo están Park y su capacidad para enredar las cosas de una forma a la vez tan bella y tan traumática, que es imposible que el espectador no acabe inmerso en un estado de sorpresa permanente. El cineasta es tan capaz de crear cuadros de plasticidad memorable, como de encontrar puestas de cámara innovadoras, cuyas imágenes consiguen potenciar la extrañeza de las acciones que tienen lugar en cada escena.
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Al mismo tiempo consigue que cierta poética se filtre en los diálogos de manera legítima, a partir de las características de los personajes. Pero también se permite tomarse eso mismo con humor. Como cuando el detective le dice a su compañero más joven que “en algunos, la tristeza rompe como una ola”, mientras que “en otros se expande lentamente, como tinta en el agua”. A lo que el joven responde: “Avíseme cuando publique sus poemas, así los compro”. Esa capacidad de utilizar un mismo recurso desde varios ángulos es una de las grandes virtudes de Park, que vuelve a demostrar su maestría para crear imágenes muy potentes pero sin vanidad, siempre atento al valor que cada una tendrá para hacer que el relato crezca y avance. Y sin subestimar a los que están en la platea.