El doctor Kaveh Nariman es patólogo forense. Mientras conduce de noche por una ruta, es obligado a realizar una maniobra violenta y termina rozando a una moto con cuatro ocupantes (un matrimonio y dos niños). El médico revisa al pequeño más golpeado, intenta compensar económicamente al padre y le dice que lleve al chico de ocho años a una guardia cercana. Aparentemente no hay signos de lesiones graves. Pocas horas después, mientras su asistente repasa los análisis a realizar ese día, se entera de que aquel niño ha muerto. Una colega realiza la autopsia y dictamina que la verdadera causa del fallecimiento fue botulismo.
Ese es el planteo de este intenso film que luego derivará hacia el policial, el conflicto de pareja, el thriller judicial y, sobre todo, el drama con fuertes dilemas morales. La ética, las diferencias de clase y la corrupción son cuestiones que Vahid Jalilvand maneja con sobriedad en su segundo largometraje, apostando a una narración elegante y austera a la vez, y con el aporte de un elenco excepcional (Navid Mohammadzadeh ganó como mejor actor y Jalilvand, como mejor director en la sección Orizzonti de Venecia).
El film maneja un doble punto de vista: el del médico que se obsesiona con descubrir qué fue lo que realmente determinó la muerte del niño y la del padre de la criatura, que ve cómo se va desmoronando su vida. Aunque ambos están dominados por la culpa, Jalilvand mantiene la ambigüedad, la tensión y los múltiples matices de una propuesta que remite por momentos a La separación, de Asghar Farhadi.