“La decisión” (2017) es un largometraje dirigido por Vahid Jalilvand que narra la historia de Kaveh Nariman, un reconocido forense quien, tras sufrir un accidente de tránsito, se ve envuelto en un drama que atrapa al espectador desde el primer momento.
Las primeras escenas muestran al médico salir del hospital donde trabaja. Es de noche y la cámara lo acompaña como si fuera un pasajero silencioso. Luego de una maniobra imprevista, Nariman colisiona con una moto donde viajan Moosa (papel interpretado por Navid Mohammadzadeh), su esposa y dos hijos. El niño de ocho años de edad sufre un golpe que parece no tener importancia, sin embargo, su repentina muerte a causa del botulismo, lleva al forense a pedir una nueva autopsia ya que sospecha que, en realidad, el fallecimiento tiene relación con el accidente en el que se encuentra involucrado.
En este trabajo cinematográfico el sonido cumple un rol protagónico pues articula la trama. Desde un principio, el silencio entreteje la historia, la hilvana con detalles que se vuelven significativos a medida que la narración se desarrolla. De hecho, el sigilo de la noche se quiebra con el ruido de las rejas de la clínica al abrirse y, posteriormente, con el ruido de los autos que transitan las calles. En un principio, la escasez de palabras logra, por ejemplo, que el estruendo del choque sea aún mayor. Después del accidente, mientras su padre intenta arreglar la moto, la hija del matrimonio llora quebrando el silencio de la oscuridad.
Sostenemos que las voces del silencio dan forma al relato en tanto la decisión consiste en decir o no decir, parafraseando la famosa expresión shakesperiana. Y es que la cinta se mueve desde esta tensión inicial que les brinda a los personajes una dimensión humana que conmueve. El silencio se quiebra con las múltiples versiones que reconstruyen lo acontecido, planteando un dilema filosófico y moral en torno al tópico de la culpa.
Kaveh pide una nueva autopsia mientras que Moosa busca vengarse de quien le ha vendido carne en mal estado ocasionando la muerte del pequeño. Ambos personajes ocultan las palabras, permanecen callados mientras el cuerpo del niño habla. De esta manera la película da lugar a los sonidos para denunciar eso que no puede pronunciarse. Así, el grito por el duelo del pequeño, el silencio y el grito del llanto, la voz de la conciencia, el sonido de los instrumentos quirúrgicos, los pasos sobre el piso de mármol del hospital, orquestan una melodía del dolor.
Asimismo, es interesante observar cómo en el largometraje se integran numerosos discursos que dotan de mayor significación a las palabras no dichas. Desde esta perspectiva, el lenguaje científico, el discurso de la medicina, se mezclan y colisionan con el hablar cotidiano, con la expresión de los sectores desfavorecidos mostrando quién puede, o no, hacer uso de la palabra. Esto mismo sucede, por ejemplo, con la voz de la esposa de Moosa quien, en la vida social, en reiteradas ocasiones se ve obligada a callar. El hecho de que la mujer pueda expresarse quiebra el silencio de la palabra del hombre desafiando su autoridad. Por eso la retiran, desvalorizan su punto de vista y la excluyen, no obstante, en su silencio ella logra hacerse oír.
En síntesis, la preponderancia de planos cortos y la inclusión de una interesante gama de sonidos le brindan al film un suspenso que se intensifica escena tras escena. Las voces y las versiones de los demás personajes reconstruyen la escena inicial recreando la atmósfera propia del thriller. La ausencia de palabras en el excelente guión elaborado por Ali Zarnegar articula la trama y mantienen el suspenso hasta la última escena.