La Decisión: Víctimas de la culpa.
Un accidente que termina en la muerte de un niño pondrá en marcha el descenso de dos hombres a la autodestructiva locura. Un drama iraní premiado por Mejor Director y Mejor Actor en el Festival de Venecia.
En los últimos años Irán se ha colocado en el mapa cinematográfico gracias a exitosos dramas con carácter casi teatral, enfocados en lamentables dilemas morales. Liderado puntualmente por los trabajos del doble ganador del Oscar Asghar Farhadi (A Separation, The Salesman y Todos lo Saben), pero escudado también por varios proyectos que han dotado al cine de Asia Occidental con un perfil bien marcado. La Decisión puede encasillarse perfectamente en ese estilo, repitiendo además la saludable costumbre de los galardones obteniendo premios a Mejor Director y Mejor Actor nada menos que en el Festival de Venecia.
Los hechos del film son tan simples como trágicos: un doctor se ve envuelto en un accidente automovilístico con una joven familia, y al día siguiente se encuentra con el cadáver del hijo mayor de la misma recién llegado a su hospital. Pero la película esta en las caóticas ramificaciones del accidente, y las complejas respuestas que la tragedia desencadenará en sus protagonistas. La autopsia exonera al doctor, pero es él mismo quién se niega a aceptar que el accidente de la noche anterior no tuvo nada que ver con su muerte. Al mismo tiempo, el padre de la criatura (Navid Mohammadzadeh, premiado en Venecia) deja el hospital convencido de que la carne en mal estado que llevó a su hogar termino costándole la vida a su hijo. Ambos protagonistas se ven envueltos por la culpa que irá consumiendo sus vidas.
Es una trama superficialmente universal pero cuyos detalles resultan autóctonos de la cultura iraní. O porque no, aquellas similares. Los dos protagonistas, el médico y el padre del niño fallecido, se hunden en sí mismos y reaccionan con diferentes tipos de violencia ahora que se enfrentan a esta tragedia. Tienen que aceptar y procesar que sus figuras están lejos de representar la perfección, la autoridad siempre verdadera que no acepta tener errores. Conflictos dramáticos inherentemente masculinos. La cámara elige usar en varias ocasiones el punto de vista de autos en movimiento, transmitiendo la forma firme, casi vehemente, y autoritaria con la que se comportan nuestros protagonistas.
Ambos además tienen una figura femenina a su lado, aunque definitivamente detrás de ellos. Una colega cercana al doctor y la madre del niño se ocupan no solo de ofrecer reacciones alternativas al hecho sino de reflejar las partes lógicas de nuestros protagonistas. Una insiste en que no hay motivo médico como para que se dude de la causa de muerte que absuelve moralmente al doctor, mientras la madre del fallecido tiene firmemente en claro que la muerte es resultado directo de la incompetencia y “debilidad” del padre. Ellos aceptan su culpa de formas diferentes, uno enfrenta esta noción lógica mientras que el otro la incorpora llevándola a los extremos más destructivos. Estas mujeres alternativamente intentan y logran hacerse escuchar en una sociedad como esta, mientras que la película deja muy en claro (con detalles varios) que de encontrarse ellas en el foco, no terminarían como sus contrapartes masculinas descendiendo en paralelo a un abismo personal. Ellas no dudan de sus habilidades, se enfrentan y cuestionan a la autoridad social, e incluso se muestran activamente en contacto; contrastando con nuestros protagonistas aislados, llenos de dudas y victimas no impunes de su sociedad.
Esos cuatro papeles protagónicos son interpretados de gran manera por un excelente elenco, aunque lamentablemente una buena labor actoral a veces no esta acompañada por una dirección que la maneje de la mejor manera. La forma de llevar la narración, al igual que los detalles y elecciones que engrandecen la experiencia, evidencian el pulso justo de un gran director. Sin embargo, en esta su segunda película el director Vahid Jalilvand muestra que su manejo de las escenas más dramáticas se resigna por una efectividad poco elegante. Hay mucho más en el drama que mostrar a tus personajes llorando por un largo rato, pero Jalilvand tiene ese recurso como única arma para enfrentar los momentos de mayor melodrama. Es de esperar por el tipo de historia, que esos momentos no serán pocos, lo que termina dejando un gusto monótono.
Usar una palabra con carga tan negativa como “monótono” es fuerte considerando que se trata de una cinta que apenas pasa los 100 minutos. Pero lamentablemente es un film que se las arregla para sentirse de casi dos horas. Definitivamente es una elección estilística que concuerda con varios detalles, como el usual simbolismo de los lentos portones que nuestros protagonistas deben esperar casi a cada paso. A pesar de que es evidentemente algo buscado, hay que decir que termina jugándole en contra a la experiencia.
Al fin de cuentas, La Decisión es una experiencia personal acerca de dos hombres que pierden el control ante la tragedia. Y que deben, en medio del dolor y la confusión, aceptar que en realidad nunca tuvieron el control que creían. Un drama intimo que trata un hecho universal complementado por una realidad social iraní, permitiéndole trascender tanto lo puntual como lo general; convirtiéndose en una experiencia valiosa y detallada para todo aquel que desee ver grandes actores enfrentándose a terribles dilemas morales. Una suerte de escapismo melodramático bien entendido, con la brusca elegancia a la que ya nos acostumbra el cine de Medio Oriente moderno.