La sombra de una duda
La decisión es un policial que presenta un crimen donde la verdadera protagonista, la culpa, tiene el poder de carcomerlo todo.
Un hombre con anteojos y una barba repleta de canas conduce de noche por una autopista. Un paisaje oscuro que podemos delinear a través de la coreografía de luces que practican los autos. Quien está al volante es el Dr. Kaveh Nariman (Amir Aghaee), un patólogo forense que aún no sabe que en esa ruta recorrida ocurrirá una situación que cambiará el rumbo de su vida. Por accidente, choca una precaria moto con cuatro personas a bordo. Dos adultos y dos niños. Amir, de 8 años, resulta levemente herido. Apenas unos raspones que el médico se ocupa de curar, al mismo tiempo que lo revisa superficialmente, aconsejándoles a los padres que deberían llevarlo al hospital para que examinen que el golpe en la cabeza no tenga consecuencias sobre su cuerpo. El Dr. Nariman saca un manojo de billetes de su billetera y se los ofrece al padre del niño, Moosa (Navid Mohammadzadeh), para que pueda cubrir los gastos del arreglo de la moto. El damnificado observa la cantidad de billetes que pesan sobre la mano de quien lo chocó, y decide tomar solo un par. La primera escena de La decisión establece la diferencia de clase entre un personaje y otro, y de qué manera reacciona cada uno.
El director Vahid Jalilvand, premiado como mejor director por esta película en el 74ª Festival Internacional de Cine de Venecia, nos avisa con esta pequeña acción que los recursos económicos serán claves en la envoltura e interior del conflicto que se desatará horas más tarde. Al día siguiente, el niño llega sin vida a la morgue donde el Dr. Nariman realiza autopsias diaramente. El cuerpo de Amir no es un cuerpo más. Inmerso en una atmósfera donde la muerte es una presencia cotidiana, reconocible y familiar, y las personas son un territorio de puras certezas, sin lugar para la ambigüedad y, aún menos, para invitar sentimientos, el Dr. Nariman es abatido por una inestabilidad emocional. Está preocupado de haber sido responsable del fallecimiento del niño que lesionó por accidente la noche anterior. Aunque es él quien usualmente realiza los informes de una autopsia, o los firma avalando la contundencia de un estudio, esta vez se ubica del lado de la espera. Por primera vez no tiene respuestas, sino preguntas.
La decisión es un policial moral donde los médicos, policías, jueces, y hasta las víctimas reaccionan sin aspavientos. Los personajes gritan por dentro, ocultando el destino de sus acciones. No necesitan explicar sus motivaciones al espectador. Cuando el resultado de la autopsia, practicada por la socia del Dr. Nariman, testimonia que la causa de muerte del niño es botulismo, una intoxicación por carne en mal estado, Moosa, su padre, es quien se culpa por haber comprado comida podrida sin saberlo. Simplemente porque es todo lo que podía comprar: carcasas podridas de pollo maquilladas como alimento inofensivo por un carnicero inmoral. Pero quien también se siente responsable de esa muerte es el Dr. Nariman, eligiendo la versión opuesta del cirujano que interpretaba Colin Farrell en El sacrificio del ciervo sagrado (Yorgos Lanthimos, 2017), estrenada el mismo año y donde también pesaba la diferencia de clases. Donde aquel médico hace todo lo posible para esquivar la culpa, este médico decide abrazarla.
El Dr. Nariman no hizo una operación a corazón abierto, pero teme que la verdadera razón que explica el fallecimiento de Amir sea una fractura de cuello. La noche que el cuerpo del niño llegó a la morgue despertó algo en ese médico que abre y cierra cadáveres sin posibilidad de sentir empatía. A quién le hicieron una operación a corazón abierto es a él, como si fuera su propio cuerpo, congelado y guardado en esos largos cajones de metal, el que se hubiera despertado por una muerte inesperada, la de alguien que conoció apenas unos minutos. En su casa, quien acompaña su cargo de conciencia, es otro cuerpo. El de su madre, quien no está muerta pero tampoco viva. Es la tensión entre esos dos extremos la que flota en esa habitación repleta de cables, al igual que dentro de su cabeza. La idea de cuánto podría haber hecho él para salvar a ese niño si hubiera llamado a una ambulancia en el momento del accidente o si, simplemente, no hubiera chocado la moto aquella noche.
¿Cuántos kilos pesa una duda? ¿Cuánto espacio ocupa en el cuerpo la culpa? El Dr. Nariman ya no puede silenciar los interrogantes que lo atormentan y decide involucrarse en el conflicto: ser él quien abra el cuerpo del niño para revelar el enigma, si es que acaso para él existe un misterio a resolver. El Dr. Nariman se mueve y actúa fiel a sus remordimientos, sin importar el veredicto de la autopsia que realizó su socia. El sentimiento de culpa, ¿es síntoma de responsabilidad o egocentrismo? ¿Es ser considerado con el otro o es un sentimiento puramente egoísta? Mientras tanto, la vida de los padres que perdieron a su hijo de 8 años comienza a desmoronarse cada vez más. Los dramas en los personajes aumentan, pero no así el nivel de melodramatismo en el tono de la película.
La fotografía de Morteza Poursamadi y Payman Shadmanfar refleja a través de la opacidad ese clima sin grandes sobresaltos. Una paleta donde el único color que sobresale es el gris. El gris en toda su esplendorosa tristeza. Esa tristeza sin bordes, como un océano con horizonte infinito, que empapa a cada uno de los protagonistas. De los vivos y los muertos. Sin importar si están bajo tierra o no, los personajes de La decisión están fisurados por dentro. También por fuera. Como el protector de plástico de la moto que chocó el Dr. Nariman la noche que conoció a Amir. La angustia puede ser lenta y pesada, pero el ritmo del relato es ágil, invadido por sucesos consecutivos mostrados con una sutileza ética pocas veces vista. Más allá del resultado de la primera o segunda autopsia, del desenlace de la película, el mayor crimen de película es social y político. La decisión es un policial que nos presenta un crimen que no sabemos si realmente existió. Pero la culpa, la verdadera protagonista de la película, tiene el poder de carcomerlo todo, aunque el resultado de una autopsia afirme lo contrario.