UN DRAMA MORAL
Hay un cine iraní que no es el cine iraní que se ha impuesto estéticamente en círculos festivaleros o circuitos alternativos de estrenos, tal es es el caso de realizadores como Abbas Kiarostami o Jafar Panahi. Son películas que se construyen como dramas convencionales y sobre dilemas morales muy fuertes, partiendo de premisas básicas que se extienden y hacen metástasis como un malestar social que está subterráneo pero emerge ni bien se forma la primera chispa. Un referente de este tipo de propuestas es Asghar Farhadi (al menos en films como La separación), y La decisión de Vahid Jalilvand continúa esa línea que si bien carece de argumentos formales fuertes (algo central en el cine iraní más reconocido) se posiciona a partir de trabajar un arco de personajes interesantes y complejos, cuyos dilemas existenciales alimentan el drama que trasciende la pantalla y nos obliga a los espectadores a jugar con nuestra propia moral.
En La decisión, un accidente de tránsito en apariencia menor (un matrimonio y sus hijos que se golpean levemente al caer de una moto embestida por un auto) desata la tragedia: a las pocas horas uno de los niños muere y si bien la autopsia determina que se trató de un caso de botulismo, el médico que los atropelló se ve inmerso en un gran dilema moral al sospechar que el impacto sufrido durante el accidente pudo haber motivado la muerte. Si bien Jalilvand no apuesta del todo a trabajar la psicología de sus personajes a través de los tiempos del relato, hay algo imperceptiblemente rítmico en una narración que avanza lentamente pero manteniendo la atención del espectador. En eso, y con las distancias formales marcadas, La decisión se parece al cine rumano contemporáneo por la forma en que va trabajando lo privado, lo público, y cómo va de lo mínimo a lo general sin subrayados. Hay en los personajes, fundamentalmente en el médico Nariman y en Moosa, el padre del niño muerto, una distancia de clase social que de alguna manera habilita diferentes formas de asimilar la culpa y, obviamente, de ser tratados por las instituciones. También sucede esto en los roles femeninos y en la forma en que ambos protagonistas se relacionan con las mujeres que los rodean.
La gran habilidad de Jalilvand pasa, también, por invisibilizar la estructura de un guión que sostiene la narración con módicos giros. En La decisión se imponen los personajes, sus dilemas y la forma de enfrentarse a la culpa: cada uno de los actos y situaciones están vinculados con decisiones, por acción u omisión, y de ahí a las consecuencias. En ese sentido la primera secuencia de la película es clave, porque resume toda la información que se extenderá al resto del relato. Jalilvand es inteligente, incluso, para hacer que algunas decisiones un tanto forzadas luzcan integradas a la historia. O, en todo caso, la falta de respuestas o de seguridades sobre por qué cada uno de los personajes toma las decisiones que toma fortalece la ética del relato. Y eso nos lleva a la última escena y a un corte que resolverá un conflicto sólo en el interior del espectador. Si es que hay respuestas a los dilemas morales que La decisión trabaja con inteligencia.