Un amor lunático
Contra todos los pronósticos (y los prejuicios), La delicadeza de David y Stéphane Foenkinos, adaptación de una exitosa novela del primero, resulta una comedia romántica simpática, que se ve con agrado. Y eso que sumado a la medianía habitual de las comedias francesas que tienen estreno por estas costas, la siempre inexpresiva participación de Audrey Tautou, y un prólogo inconveniente, plagado de elipsis incómodas y un odioso trabajo publicitario de la imagen, se había generado un combo indigesto que condenaba al film al más infernal de los olvidos. Pero, y siempre hay un pero, de repente un beso subrepticio, el que le da Nathalie (Tautou) a Markus (François Damiens), pone las cosas patas para arriba. Ese beso, una acción inesperada tanto narrativamente como desde la lógica del personaje que interpreta Tautou, motiva no sólo el ingreso del personaje del sueco Markus sino además la posibilidad de lo lunático en una película que parecía ser otra de esas comedias románticas lavadas en las que un personaje aprende a amar por sobre todas las cosas.
Algo de eso hay, es cierto, y por eso que La delicadeza no pasa del “buena”, pero también sería injusto no valorar la interesante dosis de locura asordinada con la que se construye parte del film. Nathalie es ejecutiva en una de esas firmas importantes y tiene que tolerar a un jefe algo sexista que le echa los galgos cuando puede (hay una escena en la que ella lo rechaza, que debería estar en la cumbre de la honestidad sentimental hecha cine): antes de eso, habíamos tolerado el prólogo mencionado, un recorte veloz de cómo la joven pasa de estar felizmente casada a tristemente viuda y negada al amor. Ese arranque cuenta con escenas los suficientemente feas como para dudar de lo que se está viendo, pero también algo intencionadas para generar un contrapunto con lo que viene luego (claro que uno adivina eso después; mientras lo ve, lo sufre). Y que tiene que ver con la aparición de Markus, uno de esos empelados grises que nunca sobresalen y que de la noche a la mañana se convierte en el raro interés romántico de la mujer.
El personaje de Markus es fundamental aquí, porque es su psicología la que se apodera de la lógica del relato: el tipo es capaz de salir corriendo ante una posible declaración de amor o de esperar duro a que se haga el horario fijado para golpear a la puerta, y además su mezcla de robustez y melancolía lo hace parecer un personaje de Kaurismaki, aunque aquí atravesado por el mainstream. Al ritmo de su torpeza y de su indecisión es que La delicadeza avanza, evitando y la vez disfrutando de los lugares comunes del género. Buena parte de eso hay que agradecérselo a la actuación de Damiens, que choca constantemente con la gelidez naif de Tautou: hay que reconocer que por momentos la película parece exageradamente naif, pero se trata de una búsqueda por medio del exceso para hacer más enrarecida la relación de amor. Es que precisamente la película se balancea entre un humor absurdo e imprevisible, y la cuerda más tradicional: la de los amantes que se atraen, se separan y se vuelven a atraer. En ese viaje al que ya estamos acostumbrados es que surgen situaciones divertidas y originales.
Digamos que es en esos instantes que comparten ambos personajes donde está lo mejor de una película que comete el pecado, sobre el final, de volverse demasiado literaria. Si durante buena parte de la narración no se evidencia su fuente original, es en el desenlace donde aparece esa necesidad intelectual de psicologizar a los personajes y de explicarlos: con final metafórico y todo. Como si de repente los hermanos Faonkinos se sintieran avergonzados de ser simplemente una comedia romántica y quisieran volar más alto. En todo caso siempre tendremos al sueco Markus, quien con su ternura a prueba de todo, convertirá esta historia convencional en la más imprevisible de las aventuras del corazón.