Tras un breve prólogo en que se nos presenta a la familia protagonista (padre, madre, hijo e hija; todos felices), la película rumana La desaparición inaugura con fuerza su propuesta de puesta en escena a través de un largo plano secuencia. El padre (Bogdan Dumitrache) ha llevado a su hija de cinco años al parque y mientras ésta juega él se dedica a esperar sentado en un banco. La cámara se mueve lentamente por ese entorno, fijándose en detalles aunque nunca abandonando el plano general. Vemos, al fondo, una discusión entre una mujer y el dueño de un perro, a la hija del protagonista yendo a comprar helado, al padre atendiendo varias veces el teléfono, a un hombre que vende globos…
La tensión sólo crece (mínimamente) en los detalles inscritos en la profundidad de campo, pero de repente la niña no está y lo ausente se convierte, ya para toda la película, en aquello que centra el relato. El plano continúa pero ahora abandona claramente su posición fija y se dedica a perseguir al padre que, poco a poco, empieza a desesperarse. Baja una pequeña cuesta por miedo a que su hija haya caído en un lago, pregunta a los demás padres si la han visto, y, al rato, decide llamar a la policía en una decisión que marcará el final del plano. En ese instante ya queda claro que la tranquilidad previa ya nunca volverá a la película: La desaparición es un film donde el fuera de campo invisible será la principal herramienta para estructurar el relato.
En su crescendo dramático, apuntalado en la obsesión del protagonista por encontrar a su hija y al culpable de su desaparición, la película recuerda en parte a otros thrillers recientes como Prisioneros o Big Bad Wolves pero, a diferencia de estos, muestra mayor interés por la deserción de las expectativas narrativas que por la idea de cerrar unívocamente el relato. Si en el plano secuencia inaugural la cámara se limita a acompañar al padre, en un plano secuencia de clausura, la cámara persigue; en ninguno de los dos se muestra capaz de adelantar los movimientos del protagonista pero la urgencia ya es distinta. Entendemos que lo que al comienzo era una cámara que escoltaba, ahora es ya una que estorba.
En el tortuoso tránsito dramático que perfila el film, Popescu construye una escalada de desesperación que nunca subraya el dolor sino el progresivo deterioro de la esperanza. La desaparición dura 152 precisos minutos en los que la investigación como tal tiene mucha menos importancia de la que a priori se podría haber imaginado: volvemos al escenario del crimen, volvemos a la comisaría e incluso volvemos una y otra vez a varias fotografías del fatídico día que puedan ofrecernos alguna pista, pero lo que interesa al director de Principles of Life no es solucionar la desaparición sino descubrir otro misterio, aquel que lleva a un hombre a convertirse en el otro, mutando frente a nuestros ojos y frente a la cámara.