Henos aquí ante una producción en la que, desde el vamos, se nota que se trata de una obra de bajo presupuesto y escasos recursos, circunstancia que obliga a su creador a tener todos los sentidos más agudizados. En principio, “La despedida” cumple con uno de los preceptos básicos del cine: debe contener una historia para contar, y el director Juan Manuel D'Emilio la tiene.
Con tantos ejemplos realizados sobre la amistad es difícil no relacionarla con lo ya visto; pero la construcción de los personajes alrededor de algo tan particular como la pasión futbolera le da identidad propia y, para beneficio de los espectadores, funciona sin depender exclusivamente del marco tentador que ofrece el deporte más popular de nuestro país.
José (Carlos Issa) es empleado en el tribunal de faltas, y como tal, debe lidiar todos los días con los reclamos y los humores de la gente. Nada en particular parece importarle demasiado, ni siquiera su vida conyugal, aunque diga amar a su esposa Andrea (Natalia Lobo). Para José el único contexto en el que parece tener un resquicio para sonreír es cuando está con sus amigos José (Fernando Pandolfi) y Rossi (Héctor Díaz). En particular cuando se encuentran para jugar al fútbol en una liga amateur a nivel regional. Nuestro protagonista se entera de algo que disparará una imperiosa necesidad de entrar a la cancha en el próximo partido a jugarse a 300 km de Buenos Aires. Aquí es donde lo más rico del conflicto se hace presente, mientras se van dibujando las personalidades de cada uno, con mucho lugar para el humor y, por qué no, la reflexión.
Para contar esta agradable historia de amistad, “La despedida” se apoya sólidamente en el elenco que además de entusiasmo trasunta mucha química, de esa que hace tan divertido el rodaje que se traslada a la pantalla. Cuando falta oficio, sobra intuición y confianza por parte del realizador, demostrado en la inclusión de Fernando Pandolfi, sin experiencia actoral alguna, quien logra, con su habitual andar cansino y despreocupado, la mayoría de los muy buenos momentos de humor de esta realización.
Un giro en el final puede dejar algunas preguntas, pero en definitiva se trata de entrar al cine y salir con una sensación agradable. Está lejos de ser una obra maestra. Ni siquiera un referente, pero entre tanta experimentación "sociodélica" en nuestro cine, recalar en lo simple puede ser el secreto para pasar un buen momento para quien ocupe una butaca ante una proyección audiovisual.