No es un mal film esta historia de un jugador de fútbol amateur que juega su último partido mientras esconde una enfermedad que lo condena. El asunto aquí es que los personajes parecen seres humanos de verdad, que podemos creer en lo que sucede en la pantalla, que hablan como se habla a nuestro alrededor. Es cierto que el guión a veces carga las tintas y que el elogio de la amistad es un tanto desmedido. Pero se trata de una mirada más verdadera que realista, incluso si el film “de perdedores” ya tiene su propio código y sus propias trampas.