El Nuevo Cine Argentino visita el costumbrismo
La despedida podría ser definido como un film raro, si no fuera que por raro entendemos a cuestiones de puesta en escena vinculadas con lo experimental y poco convencional. Pero no, este debut en el largometraje de Chavo D’Emilio es raro por cuanto utiliza elementos del Nuevo Cine Argentino para contar una historia que bien podría estar en una serie costumbrista de Pol-Ka o en una película argentina de los años 80’s. Es decir, hay una respiración y un registro en las actuaciones que se acercan más al cine nacional formalista de las últimas décadas, pero una temática y un tratamiento que funciona mejor en el territorio de lo popular: aquí el fútbol, la pasión, la amistad y el encanto de los perdedores. En ese cruce hay apuestas que resultan mejores que otras, pero que permite ver al menos un film que se anima a entrar en zonas de riesgo sin saber muy bien cómo va a caer parado. Porque si bien es cierto que directores como Trapero o Caetano, íconos del Nuevo Cine Argentino, han coqueteado con el costumbrismo -o al menos con lo popular-, nunca perdieron el norte formal. Aquí, por el contrario, lo popular entendido como sensiblero gana la partida y La despedida entra sin vergüenza en un territorio algo incómodo y ambiguo.
Antes que nada, destacar una curiosidad: D’Emilio fue el guionista de La leyenda, película que se inscribía en el mundo del automovilismo deportivo. Si consideramos que La despedida tiene al ambiente del fútbol amateur como centro del relato y que en la Argentina no suelen abundar muchos ejemplos de películas deportivas o sobre deportes, ya podríamos calificar al director como un “especialista” en este subgénero tan atractivo.
En La despedida tenemos a José (Carlos Issa), un veterano del fútbol que recibe una mala nueva de parte del médico, por lo que tendrá que abandonar la práctica deportiva en el club de barrio donde milita. Por eso, se toma el partido -definitorio- del próximo fin de semana como su despedida de las canchas, aunque hay un asunto, giro fundamental, que pone en riesgo ese objetivo personal (personal, porque José no informa a nadie de su condición de salud): no se lleva bien con el técnico, quien lo tiene guardado en el banco a pesar de su historia y de los campeonatos que ya le dio el goleador al equipo. Para que José juegue, sus amigos (Héctor Díaz y el ex jugador de Vélez, Fernando “Rifle” Pandolfi) imaginan una estrategia que tiene mucha relación con la historia del fútbol, pero con aquella no oficial: sólo imaginen ustedes que hay un bidón con agua dando vueltas. Está claro que José no está bien de salud y los elementos que van sumando hacia el incierto final se balancean entre un humor absurdo, la épica deportiva y la tragedia -aclaremos que en el camino la película se convierte en una peculiar road movie-: el final, si bien no del todo acertado en cuanto a ritmos y decisiones formales y de puesta en escena (hay algunos ralentis incómodos que imposibilitan el disfrute del juego), es acertadamente excesivo desde lo dramático, poniendo énfasis en lo épico y conectándose correctamente con el film deportivo. Lo que se discute del film, igualmente, es si ese desenlace funciona o no desde lo narrativo: parte del reto que propone La despedida hacia el espectador es aceptar sus quiebres estéticos e incorporarlos como una lógica algo desviada, pero coherente. Es decir: un film que arranca como un drama más cercano al cine de Ezequiel Acuña (por dar un ejemplo) termina como Escape a la victoria, pero sin nazis. Seguramente en cuánto le gusten al espectador las películas deportivas se encuentre la aceptación de este film de D’Emilio.
Que La despedida no es una gran película, queda claro en la música con reminiscencias del peor costumbrismo, en algunos diálogos un poco chantunes sobre la pasión y el fútbol, y también en la manera algo esquemática en que son desarrollados los conflictos centrales, demasiado si tenemos en cuenta que la forma apunta a otro tipo de resoluciones. Sin embargo, hay varias cosas que hacen crecer al film por encima de la media de los estrenos nacionales: por empezar, una actuación sobresaliente de Héctor Díaz como Rossi, un personaje querible y que hace del amigo incondicional pero sin caer en la demagogia habitual con que se construye a este tipo de personajes en el cine nacional (pienso en Eduardo Blanco en los films de Campanella), y también por un humor que evidencia el bueno oído del director y guionista para interpretar cómo hablan y de qué hablan estos personajes: brilla, por su pertenencia cinéfila, cierta escena en la que los protagonistas hablan sobre Los puentes de Madison, a la que José califica como “la mariconeada esa que hizo Clint Eastwood”. Vale decir que a José le gusta Comando, con Schwarzenegger. La despedida es un film menor y simpático, pero que no hace de esa pequeñez un slogan publicitario como el Sorín de Historias mínimas.
Por último, y sepan disculpar la subjetividad, pero que el villano (si es que hay un villano en este film) se llame Caruso y sea el técnico del equipo, y que el tipo sea definido como un picapiedras que le gustan los jugadores que pegan por encima de aquellos de buen pie, es un extraño caso de justicia que el cine se toma por encima del mediocre periodismo deportivo que padecemos hoy, y que quiere ver en cierto director técnico real a un tipo simpático y gracioso. Un guiño para celebrar.